Nos “ensuciamos” también con nuestros pensamientos, no sólo con nuestros actos
Hay cosas que no tienen forma física, sino sólo forma de pensamiento; se trata de cosas invisibles a los ojos del cuerpo, pero que son capaces de ensuciar a la persona. ¿Por qué? Porque los malos pensamientos, en general, parten del corazón del hombre.
Dice nuestro Señor Jesucristo, sobre el corazón, que de éste brotan los malos pensamientos. En los evangelios de Mateo 7, 15 y Marcos 7 podemos encontrar sendas listas de aquello que ensucia al hombre. Y tales aspectos son mencionados en una situación en la que los discípulos de nuestro Señor fueron acusados, por parte de los fariseos, de no respetar la tradición de lavarse las manos antes de comer. Tal hábito no era uno redentor, sino más bien una cuestión de higiene, y los discípulos no lo respetaron en un momento determinado, talvez por disposición divina, para que de todo aquel problema surgiera una enseñanza. Así fue como nuestro Señor dijo que lo que ensucia al hombre no es algo exterior (por ejemplo, obviando lavarse las manos antes de comer) sino eso que tiene dentro suyo, esa “suciedad” interior.
Nuestro Señor Jesucristo dice: “Del corazón proceden los malos deseos, asesinatos, adulterios, inmoralidad sexual, robos, mentiras, chismes. Estas son las cosas que hacen impuro al hombre...” (Mateo 15, 19). Hay cosas que no tienen forma física, sino sólo forma de pensamiento; se trata de cosas invisibles a los ojos del cuerpo, pero que son capaces de ensuciar a la persona. ¿Por qué? Porque los malos pensamientos, en general, parten del corazón del hombre. Y aunque no tengan otra apariencia que la de simples pensamientos, el desenfreno, el deseo de matar, de robar, de insultar, la ambición, la intemperancia, la frivolidad, etc., ensucian profundamente al hombre. Luego, debemos recordar siempre que no sólo nuestros actos y palabras nos ensucian, sino también nuestros propios mensamientos, porque son la raíz de todo, como lo bueno y puro que brota de nosotros. Porque un buen árbol da buenos frutos y un árbol malo frutos podridos, dice el Señor, al referirse al estado del hombre.
(Traducido de: Arhimandrit Teofil Părăian, Cum putem deveni mai buni – Mijloace de îmbunătăţire sufletească, Editura Agaton, p. 134)