Nuestra reacción ante la Resurrección de Cristo: entre el júbilo y el asombro
El ícono de la Resurrección nos muestra todas estas cosas: cómo bajo al infierno, liberó a los justos del Antiguo Testamento y se les apareció a las miróforas, a las cuales un ángel les anunció: “¡Resucitó, no está aquí!”.
Clavado en la Cruz, Jesucristo dijo: “¡Se terminó!”. Y, después, por medio de la muerte, el infierno lo recibió. Desde allí, Cristo liberó a los justos del Antiguo Testamento. El ícono de la Resurrección nos muestra todas estas cosas: cómo bajo al infierno, liberó a los justos del Antiguo Testamento y se les apareció a las miróforas, a las cuales un ángel les anunció: “¡Resucitó, no está aquí!”.
Imáginemonos qué pasaría si, por ejemplo, fuéramos hoy al cementerio a visitar la tumba de algún pariente nuestro, y un ángel nos dijera allí: “¡Resucitó, no está más aquí!”. ¿Acaso no sería enorme nuestro asombro? Así es como debemos entender el estupor de las miróforas, quienes se habían preparado con mirra, aceite y esencias aromáticas, según la ley judía, para ungir el Cuerpo de Jesús.
En toda la historia de la humanidad, no ha habido nadie que haya entrado muerto al sepulcro y haya salido vivo de ahí, por su propio pie, sin que alguien más lo sacara. Solamente Cristo pudo hacerlo.
(Traducido de: Preotul Nicolae Tănase, Să nu-L răstignim iarăși pe Hristos, Editura Agaton, Făgăraș, 2011, p. 133)