Nuestro fervor por la Madre del Señor
Sentimos a la Madre del Señor, sabiendo que no es Dios, sino una criatura llena de Dios. Sentimos que no hay distancia entre ella y nosotros, y que está muy cerca de nosotros.
En la Madre del Señor residió toda la santidad. Desde el momento en el que Dios vino a morar en ella, la Virgen se convirtió, después de Él, en la segunda persona llena de Divinidad. Ni siquiera los ángeles o los hombres podrían alcanzar tal nivel de santidad.
¿Nos hemos preguntado alguna vez, por qué todos los monjes, todas las monjas y también los laicos tienen una devoción tan grande a la Virgen María, que incluso podría parecer mayor a la que sienten por el mismo Jesús? Es normal que esto nos parezca así, si tomamos en cuenta la distancia entre Dios y el hombre. Jesús, siendo Dios, está, en principio, lejos de nosotros, siendo lo Infinito en relación con lo relativo. Por su parte, la Virgen María, siendo humana como nosotros, está más cerca de nosotros. La sentimos como a alguien que está en nuestro interior, alguien con quien tenemos mucha confianza. Sentimos a la Madre del Señor, sabiendo que no es Dios, sino una criatura llena de Dios. Sentimos que no hay distancia entre ella y nosotros, y que está muy cerca de nosotros. Jesucristo, siendo Dios, se halla en las alturas de los Cielos, en Su estado de Divinidad, mientras que la Madre del Señor está en los Cielos, pero en un estado de deificación.
(Traducido de: Diacon Gheorghe Băbuț, Maica Domnului, ocrotitoarea României, Editura Pelerinul Român, Oradea, 1992, p. 5)