Nuestro paso por esta vida
Nadie se queda para siempre en este mundo. ¡No venimos para quedarnos aquí! Este mundo es solamente un devenir constante, un pasaje; amanecemos al nacer y nuestro anochecer es la muerte.
Hermanos míos, pensemos siempre en la inmortalidad del alma. No somos más que unos simples viajeros, pasajeros en este mundo. ¿Qué dicen los Salmos? “En tu casa soy un forastero y, como mis padres, peregrino”. Nadie se queda para siempre en este mundo. ¡No venimos para quedarnos aquí! Este mundo es solamente un devenir constante, un pasaje; amanecemos al nacer y nuestro anochecer es la muerte.
Así pues, no nos ciñamos solamente a las cosas de este mundo, que no es sino sombra y ensueño. ¿Qué es lo que queda para la eternidad? El alma. El cuerpo, como sabemos, se vuelve polvo. Porque enterramos y desenterramos a nuestros difuntos, y vemos cómo en poco tiempo no queda sino un puñado de tierra. Y, con los años, no quedan ni los huesos... no queda nada.
Este es el mandamiento primordial, que polvo somos y en polvo nos convertiremos. Pero, el alma no muere jamás. El alma pervive por los siglos de los siglos, porque en ella vive el espíritu y no puede morir. Así fue como Dios la creó.
(Traducido de: Arhim. Cleopa Ilie, Drumul sufletului după moarte, p. 2)