“Nunca hables con severidad, aún cuando tengas que castigar”
Cuando hables con alguien, mantén una sonrisa en tu rostro y muéstrate lleno de afabilidad. “Ser dulces al hablar”. Cuando hables, que de tu boca salga miel, dulzura. Y nunca hables duramente o utilizando palabras impropias.
Vamos a mencionar ahora algunos aspectos de la vida monacal, para ejemplicar cómo se organiza la cotidianeidad de los monjes. ¿Hay alguno que quiera visitar la celda de otro hermano? Antes se preguntará: “¿No es esta su hora de oración?”. Si es la hora de oración, no lo visitará, sino que le demostrará su respeto evitando molestarlo. Pero si entiende que a esa hora su hermano está leyendo o haciendo alguna otra cosa, llamará a la puerta, anunciándose: “Por las oraciones de nuestros Santos Padres...”. Los monjes ponemos, así, a los santos al entrar y al recibir, para que sean ellos los que nos unan. ¿No les parece que se trata de una costumbre muy hermosa?
De igual forma, el gran Basilio, en un canon para los monjes, dice que no está permitido que nadie hable en vano en nombre de otro. Por ejemplo, nos encontramos con alguien, nos saludamos y preguntamos: “¿Cómo estás? ¿Cómo está Constantino?”. Y el otro responde: “¡Ah, pobre de él, lo que le pasó!”. Y empieza a hablar de más... ¿Es que lo que contamos de “el pobre de Constantino” es una virtud? ¿Son elogios? ¿Es algo que le honre? ¿Para qué quieres hablar de él, si no está presente? Si lo estuviera, te abstendrías de hablar de él. Pero, ya que está ausente, ¿por qué no lo respetas y no le temes a su ángel, que sí está presente, y a Cristo, Quien siempre está con nosotros? El mismo canon prohíbe reirse del otro. Supongamos que hay uno que hizo algo errado. Y yo, al verlo, le hago señas a otro para que también lo vea y se ría del primero. Si haces algo así, el gran Basilio estipula una penitencia de una semana. ¿Por qué? Porque no del otro nos estamos riendo, sino de Cristo. ¿Hay alguno que se atreva a reírse de Cristo? ¿Hay alguien al que le guste reírse el ícono de nuestro Salvador?
Asimismo, San Basilio el Grande dice que nadie debe corregir a su hermano u ofenderlo. Tu me dices una cosa, yo te respondo otra... Tú te opones, yo te respondo con otros argumentos. Tú insistes, y yo te digo: “Regresa mañana y seguiremos con nuestra controversia”. Actuando así, demostramos que no somos ni siquiera personas, y que no pertenecemos a ningún Reino. Debemos estar siempre muy atentos. Diré algo más. Supongamos que estás de visita en casa de una parienta tuya, una prima, y tú comienzas a hablar y hablar... La pobre se impacienta, dirige la mirada al reloj una y otra vez, se persigna discretamente, pero tú sigues con tu palabrerío. Te vuelves insoportable. No es correcto llegar al extremo de que los demás prefieran que te vayas, dice San Basilio, quien, a pesar de llevar una vida de abnegación y sacrificio, siempre siguió siendo sociable. Y continua: “Que sus conversaciones sean agradables, amistosas”. Cuando hables con alguien, mantén una sonrisa en tu rostro y muéstrate lleno de afabilidad. “Ser dulces al hablar”. Cuando hables, que de tu boca salga miel, dulzura. Y nunca hables duramente o utilizando palabras impropias. “Nunca hables con severidad, aún cuando tengas que castigar”. Y si debes hacerle alguna observación a alguien o ayudarlo a enmendarse, porque eres su mentor, su padre espiritual, su padre o su madre, hazlo con suavidad, porque si lo hieres, cerrará su corazón y se volverá aún peor de lo que era.
En otro canon para monjes, San Teodoro el Estudita dice: “Si ofendes a alguien o si difamas a tu hermano, tu penitencia será de cuatro meses comiendo solamente cosas secas”. ¿Qué son esas “cosas secas”? Un poco de pan y un poco de agua. ¡Qué alto pone el respeto y el amor al semejante! Y en otro canon agrega: “El que difame a su hermano no tendrá derecho a comulgar durante cuarenta días”. Y pensemos que los monjes comulgaban diariamente... Si nosotros comulgamos cuatro veces al año, esto significaría estar diez años apartados de la Santa Comunión.
Y aún hay algo peor: la venganza. Me hiciste algo malo y yo lo mantengo en mi memoria. Luego de uno o dos años, vienes a buscarme para pedirme algo, y yo te respondo: “¿Te acuerdas de aquello que no me quisiste dar cuando yo te lo pedí?”. San Neófito el Recluso decía, al respecto de la venganza: “Si te vengas, serás apartado para el resto de tu vida”. Esa separación consistía en apartar de la comunidad al monje para que comiera solo y evitar que tuviera comunión con los demás. ¡Qué cosa tan difícil de sufrir!
(Traducido de: Despre Dumnezeu. Rațiunea simțirii, Indiktos, Atena 2004)