Puedes morir de muchas formas: la muerte empieza en el momento en que el hombre deja de dirigir toda su atención a sí mismo, cuando aparta su mirada de sí mismo para dirigirla a su semejante, sea a la vida o a los demás, cuando siente paulatinamente que entre la vida y él hay un delgado muro que les separa —él mismo— y quiere derribar ese muro. Por eso, cuando vuelve con el pensamiento a sí mismo, le dice a esa ilusión: “¡Vete de aquí! Te has convertido en un obstáculo entre el mundo, los demás, la vida, y yo. Todo lo abarcas y quieres arrebatarme la capacidad de amar!”. El enaltecimiento empieza cuando el hombre, de acuerdo a las palabras del Señor, se aparta de sí mismo. Y esto es algo que podemos hacer, a diferentes niveles, día a día, todo el tiempo, unas veces simplemente, otras como un acto heroico. A veces simplemente, porque hay momentos en los que es una alegría renunciar a ti mismo, por amor al otro o a algo que nos parece merecerlo, por ser grande, santo, o luminoso. Y otras veces es una decisión muy difícil, un esfuerzo completo de la voluntad.

(Traducido de: Mitropolitul Antonie, Taina Iubirii, Editura Sophia, 2009,  p. 42)