Otro aspecto del proceso de conversión de los Apóstoles
Renunciaron a todo y le sirvieron fielmente y con amor a su Señor y Soberano, soportando hasta el martirio todas las persecuciones y privaciones, buscando la victoria del Reino de Dios en este mundo.
La segunda etapa en la conversión de los Apóstoles fue la Resurreción de Cristo. Fue a partir de esta que los Apóstoles comenzaron a reanimarse. Y se les abrió la mente, para que fueran capaces de entender las Escrituras y los misterios del Reino de Dios. Sus almas entraron en una transformación consciente. Sus ojos empezaron a abrirse y pudieron ver lo que significa ser testigos del Señor y apóstoles del Evangelio. Pero tampoco en este punto su conversión era ya perfecta. Faltaba la fuerza de lo alto, el fuego sacro del entusiasmo que no puede ser vencido, para consagrarlos y purificarlos.
La perfección de la conversión la obra el Espíritu Santo, con una llama y la fuerza de unas lenguas de fuego. Esta es la tercera y la última etapa en el proceso de conversión lenta de los santos Apóstoles. El Espíritu de la Verdad ilumina a los siervos del Señor tanto en Jerusalén, Judea y Samaria, como en Babilonia, India, Alejandría, Atenas, Roma y más allá; hasta los confines de mundo llega su llamado. Renunciaron a todo y le sirvieron fielmente y con amor a su Señor y Soberano, soportando hasta el martirio todas las persecuciones y privaciones, buscando la victoria del Reino de Dios en este mundo. “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? (...) Pues estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8, 35-39).
(Traducido de: Preot Ilarion V. Felea, Convertirea creştină, Tiparul Tipografiei Arhidiecezane, Sibiu, 1935, pg. 18-19)