Débil es el que no sabe ocultar sus secretos. Fuerte es el que sabe controlar su ira. Paciente es ese que puede ocultar su infelicidad. Rico es el que se contenta con lo que le es absolutamente necesario. El avaricioso nunca está satisfecho con lo que tiene, sino que se entristece por lo que le falta.

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Nada de lo que ha hecho el hombre existiría, si antes de comenzar algo pensáramos que vamos a fracasar. Porque junto a la siembra está también la infecundidad de la tierra, junto a los negocios está la bancarrota, junto al matrimonio, la viudez, junto a la educación de los hijos, la falta de ellos. Con todo esto, comencemos todo confiando su buen final a Dios, Quien todo lo dispone.

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Observa detenidamente los sepulcros y dime si puedes distinguir dentro de ellos quién fue siervo y quién fue patrón., quién fue pobre y quién fue rico. Busca esa diferencia, si puedes, entre el recluso y el rey, entre el poderoso y el marginado, el bello y el feo. Así pues, si piensas en tu propio final, nunca te envanecerás.

(Traducido de: Extras din „Picături de înțelepciune”, (trad. din limba greacă de ieroschim. Ștefan Nuțescu), Edit. Evanghelismos, București, 2007, pp. 9-12)