Palabras de aliento para la mujer cristiana
¡Hermana, no te aferres a las cosas pasajeras! ¡Busca solamente a Dios! No te pierdas en un océano de trivialidades; mejor concéntrate en las cosas importantes de la lucha espiritual, y no pierdas la esperanza.
El padre Paisos les dijo una vez a unas monjas:
—Cuando alguien rehúye las cosas banales, automáticamente sus pensamientos se dirigen a Dios. Es más fácil para las mujeres que para los hombres intentar agradar a Dios, debido a que tienen un corazón más sensible, en tanto que los hombres son más racionales. Guiadas por el sentimiento, las mujeres corrieron al Gólgota y al Santo Sepulcro, mientras los hombres se escondían. Pero las mujeres también pueden verse en peligro de perderse en las cosas pequeñas, triviales. Es fácil dejar que tu corazón se llene de pequeñas nimiedades, de manera que ya no quede lugar para Cristo. ¡Con cuánta facilidad se puede experimentar esa sensación de insatisfacción con lo estrictamente necesario, para pasar a desear cosas cada vez más bellas, más elegantes, más atractivas! Y luego empieza a aparecer cierta preferencia por cosas como una flor pintada en una copa, o un mantel bordado, o unas sillas de madera esculpida… De esta manera, poco a poco, el corazón se va dispersando en mil sitios. ¡No permitas que tu corazón se pierda así!
—En su vida cotidiana, las mujeres aman mucho los pequeños detalles; lo mismo ocurre en su vida espiritual. Pero, malgastando sus energías en cosas simples, pueden terminar alentando al maligno a que intente desarrollar en ellas su labor de destrucción. ¡Hermana, no te aferres a las cosas pasajeras! ¡Busca solamente a Dios! No te pierdas en un océano de trivialidades; mejor concéntrate en las cosas importantes de la lucha espiritual, y no pierdas la esperanza. Después de vencer a las pasiones más grandes, también las más pequeñas se desvanecerán. No vivas en el pasado o en los errores de tu juventud, porque siempre habrá nuevos caminos abriéndose para ti.
—Acostúmbrate a glorificar y agradecer a Dios. La ingratitud es el pecado más grave, y el peor de los pecadores es el desagradecido.
(Traducido de: Arhimandritul Ioannikios, Patericul atonit, traducere de Anca Dobrin și Maria Ciobanu, Editura Bunavestire, Bacău, 2000, pp. 117-118)