Palabras llenas de virtud, necesarias para laicos y monjes
Más importantes que el esfuerzo ascético y el ayuno son la oración y la pureza de corazón. A Dios le agrada la oración, y también el Salterio recitado con humildad.
- Todos lloraremos cuando nuestra alma parta de este mundo, por no haber hecho más de lo que hicimos.
- Si alguien dice mentiras, no será posible crear un lazo de amistad con él, mucho menos de hermandad.
- Por medio de la oración, el hombre tiene que hacer que su alma se llene de compasión. Que no sea indiferente ante el dolor del otro.
- Ser monje tiene un gran mérito, tan grande como la responsabilidad que implica.
- Los padres que supieron ser obedientes y pacientes, muriendo aquí en el monasterio, revelaron posteriormente que habían alcanzado la salvación.
- Hoy en día es difícil encontrar humildad en el mundo, al igual que el discernimiento. El amor todavía existe, sí, aunque en algunos lugares más que en otros. Pero en lo que respecta a la humildad y el discernimiento, sí que cuesta encontrarlos. Además, son dos virtudes que van unidas. El discernimiento perfecto es señal de la santidad.
- Mientras vivimos en este mundo, nuestra alegía se entremezcla con la tristeza. Pero en la vida eterna la alegría es pura.
- La oración que hacemos en voz alta cuando estamos solos también es de gran provecho.
- Cuando nuestra alma salga de nuestro cuerpo, sentiremos un gran pesar por todas las faltas cometidas, pero, ante todo, por no haber avanzado en la oración. Porque la oración es lo más importante de todo.
- No dejemos de orar, ni siquiera cuando asistamos a la iglesia. Obviamente, al cantar con nuestros hermanos en la iglesia tenemos que detener un poco las plegarias de nuestro corazón. Pero después hay que continuar. Si la oración viene y “anida” en nosotros, no la dejemos salir.
- Que nuestra mente persevere siempre en la oración.
- Más importantes que el esfuerzo ascético y el ayuno son la oración y la pureza de corazón.
- A Dios le agrada la oración, y también el Salterio recitado con humildad.
- Un anciano monje, aunque era muy indulgente en muchos aspectos, cuando hablaba del peligro de juzgar o condenar a nuestros semejantes, sí que era muy severo. Decía: “Hijo, por eso fue que San Nectario alcanzó la santidad, porque, a pesar de todo lo que le hicieron, jamás juzgó ni condenó a nadie”.
- Un anciano era muy austero y vivía completamente desapegado a las cosas materiales. Todo lo que le pedían, lo daba sin pensárselo dos veces. Era muy sensible y jamás aceptaba dinero. Una vez, alguien le ofreció un poco de dinero para sus propias necesidades, pero él lo rechazó, diciendo con los ojos llenos de lágrimas: “No puedo recibirlo, nunca lo he hecho. No puedo ni pronunciar esa palabra”.
- El mismo anciano decía: “El pecado nos atrae, porque es dulce, pero la contrición es aún más dulce”. A su lado, todos sentían que vivía fuertemente el arrepentimiento.
- El mejor libro de todos es el Salterio.
- Dijo el mismo anciano: “Al comenzar su vida en el monasterio, lo primero que tiene que hacer el monje es aniquilar sus pasiones. De lo contrario, jamás podrá llamarse ‘monje’. Después, podrá avanzar un poco más hacia arriba y logrará controlar sus cinco sentidos. Solo así logrará sentir la grandeza de Dios y entender cómo fue y qué es la caída del hombre, que es la distracción de la mente del hombre de las cosas de Dios. Cuando la mente del hombre se dispersa, cae en la trampa del maligno, peca y se aparta de Dios. Toda la lucha del monje, ante todo, consiste en unir su mente con Dios”.
- El monje que no haya logrado alcanzar la oración pura, tendrá una vejez difícil. No podrá encontrar la paz ni enfrentar sus propios pensamientos. Cuando el cuerpo no te obedece más, lo único que te queda es la oración.