Palabras de espiritualidad

Palabras para un mundo egoísta

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

En el alma de una generación entera ha ido grabándose el sello de un mundo en el cual solamente el poder, solamente la vanidad y solamente el orgullo más descarado son la norma.

Analicemos detenidamente lo que sucede en nuestros tiempos y con nuestra propia vida. Si se puede decir que hay un denominador común en nuestra vida política, social e individual, es la vanidad, la afirmación de uno mismo, o, para utilizar un término más antiguo, la soberbia. Escuchemos atentamente el pulso de nuestra vida contemporánea: ¿es posible que permanezcamos impasibles ante la monstruosa propagada que cada uno hace de sí mismo, ante tanta arrogancia, ante tanta e insultante vanidad, que han entrado en nuestra vida de una forma tal que casi ni nos damos cuenta de su existencia? ¿Acaso no es cierto que cualquier crítica, cualquier revisión o reevaluación, al igual que cualquier manifestación de humildad, se han convertido, más que en un defecto, en un crimen social o político?

Examinemos nuestra vida, la vida de nuestra sociedad y las bases de su organización, y terminaremos reconociendo que ese es el lamentable estado de las cosas. El mundo en el que vivimos se halla impregnado de una vanidad tan embelesante y grosera, que ya ni la podemos identificar, porque se ha convertido en nuestra segunda naturaleza.

Claro está, lo más terrible de todo es que el fariseísmo es considerado una virtud. Durante tanto tiempo y con tanta insistencia se nos ha seducido con la importancia de tener éxito, de “ser alguien”; durante tanto tiempo hemos respirado esta pseudo-grandeza irreal, que toda esa falsedad ha empezado a parecernos actractiva y beneficiosa, de manera que en el alma de una generación entera ha ido grabándose el sello de un mundo en el cual solamente el poder, solamente la vanidad y solamente el orgullo más descarado son la norma.

Es momento de que empecemos a renunciar a todo eso, recordando las palabras del Evangelio: “aquel que se enaltezca será humillado”.

(Traducido de: Cum să biruim mândria?, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, 2010, pp. 65-66)