Para aprender a no juzgar más a los otros
¿Qué podemos hacer? Armarnos en contra de los demonios y sus maldades, con la espada más afilada, que es una mente humilde.
Padre, cuando juzgo a mi semejante, termino siempre atormentándome.
—El mayor peligro para cada uno de nosotros es juzgar a los demás. ¿Por qué? Cuando juzgas a tu semejante y, especialmente, a un sacerdote, a tu confesor o a un stárets, primero te empezarán a acechar las pasiones del cuerpo, con mayor intensidad que antes. Esto es permitido por Dios, porque no has sido capaz de ver tus propios pecados y has juzgado a otros. Entonces, ¿qué podemos hacer? Armarnos en contra de los demonios y sus maldades, con la espada más afilada, que es una mente humilde. Así, cuando veamos a alguien pecar, digamos: “¡Yo soy más malo que él!”. Pero no solamente con la boca, sino convencidos de que, en verdad, somos peores que el otro. Esto, aunque no hayamos cometido ese pecado con nuestros actos, pero talvez sí con nuestra intención, con nuestro pensamiento o con nuestra disposición, y aunque seamos monjes.
(Traducido de: Ierod. Cleopa Praschiv, Pelerinaj în Sfântul Munte Athos, Sfânta Mare Mănăstire Vatopedi, Ed. Panaghia, 2005, p. 85)