Para cultivar la fe incondicional en la Providencia de Dios
Alrededor de un hombre de paz (que tiene sus raíces en el Cielo), se hace paz en toda la tierra.
El hombre que cree en Dios supera los límites de lo humano, ya que, per se, el hombre es creador solamente en el orden de los conceptos, y no interviene, como Dios, en orden de lo real.
La fe es un riesgo: aparentemente es opuesta a la razón, a la vida, a las limitaciones propias del hombre; a veces hasta es lo contrario de lo normal. Por eso, los santos procuraban no obrar milagros ante todos, aunque algunas veces lo hacían para demostrar su amor a la humanidad y consolar los sufrimientos del alma de sus semejantes. Estamos hablando, luego, de un factor de purificación.
La preocupación exagerada por el día de mañana suele convertirse en una presión sofocante. Conduciendo a los israelitas por el desierto, Dios evitó garantizarles la seguridad del día de mañana: el maná se descomponía. Por eso es que “hoy” pedimos nuestro pan nuestro de cada día. Así, aunque no lo queramos, aprendemos a vivir por medio de la fe.
Los santos ascetas vivían solamente en las condiciones de la fe. Creían en la Palabra de Cristo, preocupándose primero por alcanzar la salvación y, solo después, por las necesidades de esta vida terrenal. Por eso es que se hicieron como lirios que reflejaban la luz divina.
Nuestro Señor Jesucristo espera de todos los fieles del mundo una paz profunda: la paz de la fe en Dios. Esto sirve para entender que, alrededor de un hombre de paz (que tiene sus raíces en el Cielo), se hace paz en toda la tierra.
(Traducido de: Părintele Arsenie Boca mare îndrumător de suflete din secolul XX, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2002, p. 75)