Para entender la forma de obrar del maligno por medio del pecado
Mientras no nos despertemos del extravío en que nos encontramos, seguiremos siendo asediados por toda clase de pasiones con las que tendremos que luchar hasta que encontremos el camino de vuelta.
El padre Jacinto era un buen conocedor de los mecanismos de perversión del alma. Decía:
—Los apetitos del cuerpo aparecen como consecuencia de la insatisfacción de ciertas exigencias espirituales. Aparece un vacío en el alma, que tiene que ser llenado con algo. Así, si el deseo de oración del alma, de pensamiento santo, de humildad, de obediencia y de renuncia a sí mismo no es satisfecho con la lectura de libros santos, con oración y templanza, esfuerzo y obediencia, aparecen ciertos desasosiegos o descontentos que son asumidos por el cuerpo y el alma.
Así es como aflora la necesidad de comer y beber, en vez de ayunar; de juzgar y condenar a otros, en vez de orar y humillarnos; la vanagloria, en vez de ver nuestras debilidades y pecados; el amor a las riquezas, en vez de la pobreza; la irascibilidad, en vez de la mansedumbre y la bondad; pensamientos inútiles, en vez de pensamientos santos. Mientras no nos despertemos del extravío en que nos encontramos, seguiremos siendo asediados por toda clase de pasiones con las que tendremos que luchar hasta que encontremos el camino de vuelta.
Una vez, el padre Jacinto les habló a sus discípulos sobre los apetitos, de esta manera:
—Es importante saber que no todo apetito es un vicio en sí mismo. Solamente los apetitos repetidos, alimentados y sostenidos con los placeres, que después se transforman en hábitos y en inclinaciones, que nos obligan a cometerlos, solamente esos apetitos se convierten en vicios. Cualquier apetito, si es apartado y no es alimentado, se debilita con el tiempo, se seca y desaparece.
Un hermano le preguntó: “¿Por qué pecamos con tanta facilidad?”. Y el padre le respondió:
—El pecado presupone siempre un placer aparente; brota como una rosa que esconde muchas espinas. Todo es una ilusión, que después se transforma en amargura y llanto. Por su parte, el trabajo de las virtudes requiere un gran esfuerzo. El bien se realiza con trabajo, porque implica refrenarnos, abstenernos, elegir el camino estrecho, llorar de arrepentimiento, ser pacientes, sufrir y renunciar a nuestra propia voluntad.
También decía:
—El demonio sale a luchar abiertamente cuando mira que el hombre renuncia al pecado; arroja todas las huestes del infierno sobre la pobre alma, solamente para atraparla nuevamente.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 736-737)