Por tus palabras serás condenado
¡Cuántos hay que, al volver de la iglesia, luego de haber escuchado la palabra de Cristo e incluso haber comulgado con Su Cuerpo y Sangre, escupen palabras malvadas y venenosas sobre sus semejantes!
Que ni siquiera una palabra mala salga de tu boca, sino solamente lo que es bueno, de provecho y dador de Gracia para quienes te escuchan (Efesios 4, 29). El Santo Apóstol Santiago da testimonio: “El que cree que es religioso, pero no refrena su lengua, se engaña a sí mismo y su religiosidad no vale para nada” (Santiago l, 26).
No pocos de nosotros nos creemos piadosos, pero no sabemos controlar nuestra propia lengua. ¡Cuántos hay que, al volver de la iglesia, luego de haber escuchado la palabra de Cristo e incluso haber comulgado con Su Cuerpo y Sangre, escupen palabras malvadas y venenosas sobre sus semejantes!
¡Cuántos hay, entre nosotros, cuyas lenguas no conocen límite alguno, hablando sin parar desde el amanecer hasta que cae la noche! Y, desde luego, pocas de esas palabras son de verdadera utilidad, aún sabiendo que nuestro Señor Jesucristo dijo: “Y yo os digo que de toda palabra ociosa que digan los hombres darán cuenta el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado y por tus palabras serás condenado” (Mateo 12, 36-37).
Y no sólo hablan sin parar, sino que además expulsan veneno de escorpión y de víbora (Salmos 139, 3): palabras llenas de ofensa, condena y difamación, además de imprecaciones vulgares. Pero nuestro Señor Jesucristo nos prohibió con severidad utilizar cualquier palabra grosera, por inofensiva que parezca. “El que llame a su hermano 'imbécil', será reo ante el Sanedrín; y el que le llame 'renegado', será reo de la gehenna de fuego” (Mateo 5, 22).
(Traducido de: Sfântul Luca al Crimeii, Predici, Ed. Sophia, București, 2010, pp. 109-110)