Para invocar el auxilio divino debemos tener la certeza de la respuesta de Dios
Si no llamamos a nuestro Señor Jesucristo para que venga a socorrernos, y si, con todo, no tenemos al menos un ápice de la certeza espiritual de que Dios nos ayudará, no podremos hacer nada.
Nuestra vida espiritual se halla asediada por la duda. Dudamos de muchas cosas. Dudamos de las verdades de la fe, dudamos de las verdades de la Santa Escritura, dudamos de quienes nos rodean, de nosotros mismos… y esa duda que el maligno siembra en nuestros corazones es desastrosa. Es una suerte de paralizante de nuestras acciones y de nuestra fe.
Si no llamamos a nuestro Señor Jesucristo para que venga a socorrernos, y si, con todo, no tenemos al menos un ápice de la certeza espiritual de que Dios nos ayudará, no podremos hacer nada. Dios nos alza muchas veces cuando estamos llenos de pecados, pero no tenemos que confiarnos. Porque si Dios no necesitara de nuestra fe —pero no como lo entendemos nosotros—, no nos habría orientado en esa fe para que colaboráramos con Él. Al contrario, nos habría dado todo, habría rebosado sobre nosotros todas las bondades celestiales y habríamos vivido como unos potentados, sin trabajar, sin obrar el bien, sin amar a nadie, sino como seres egoístas, enquistados en nuestra propia cáscara.
(Traducido de: Părintele Gheorghe Calciu, Cuvinte vii, Editura Bonafaciu, p. 63)