Para luchar contra los “lobos” que acechan a la mente
Dios es fiel a Sus palabras. Quien camina en el Señor no puede caminar también en la oscuridad. No se agobien inútilmente, buscando consuelo, paz y salvación, sino ante todo busquen la humildad.
«Les pido que no se enfaden por no pasar a visitarlos. Me preocupa mucho saber que se hallan rodeados por una gran cantidad de lobos, pero tampoco quiero acercarme mucho para espantarlos y salvarlos a ustedes, porque veo que se trata de unas fieras muy rabiosas. Como bien saben, esos lobos también a mí me han atormentado muchas veces, clavándome sus colmillos en lo más profundo del corazón. Ni siquiera sé cómo sigo viviendo. Muchas veces me han matado el espíritu de la esperanza en Dios, e ignoro si aún hay vida en mí. No sé, porque no la siento en mi interior... Pero confío, con una esperanza común, no con la que está viva, sino con una muerta. Los lobos que los atacan a ustedes son aún peores que los depredadores de por aquí, despiadados e insaciables. Los de aquí, aunque son salvajes, no tienen tanta osadía: le temen a la voz del hombre y a su presencia. Los de ustedes, sin embargo, mientras más intentas alejarlos, con más fuerza te atacan, y se enfurecen tanto con quien los ahuyenta, que es mejor esconderse de ellos. Talvez desde un escondite se puede intentar arrojarles alguna flecha o dispararles, cosa que no descarto hacer yo mismo, porque creo que con el auxilio de Cristo puedo llegar a liquidar a más de uno. Pero, si tienes esperanza, hazme saber en qué parte del alma ha aparecido alguno de esos lobos y descríbemelo por completo, si es joven o viejo, si son dos, tres o una manada completa. ¡Escríbeme! Yo en verdad anhelo que alcancen la salvación en el Señor, y le pido con todo el corazón que los libre de las fauces de los leones y de los cuernos de los toros.
De los lobos de los malos pensamientos no es posible librarnos sino con el auxilio de Cristo. Y, para ahuyentarlos, necesitamos de Su poderosísima Gracia, y no del auxilio de los demás. Para esto debemos arrojarnos a los pies de Jesús con una profunda humildad, pidiéndole por todo, y presentándole todas nuestras tribulaciones. Además, es importante pedir la intercesión de la Madre del Señor y de los demás justos de Dios, y hacer una confesión sincera de nuestros pecados y de nuestra incapacidad para redimirnos. El Señor les enviará Su ayuda y tranquilizará sus almas. “Aprended de Mí, que Soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11, 29). ¡He aquí en dónde nos dijo el Señor que habríamos de hallar la paz del alma! Sigamos, pues, Sus palabras, y con certeza encontraremos, porque Dios es fiel a lo que dice. Quien camina en el Señor no puede caminar también en la oscuridad. No se agobien inútilmente, buscando consuelo, paz y salvación, sino ante todo busquen la humildad. Todo lo demás no les traerá más que desasosiego, perjuicio y tristeza, si no empiezan desde ya a practicar la humildad de Cristo..
Sin esto, los lobos los despedazarán. Tampoco yo podré escapar de ellos, si no me considero antes el más pecador y el último de todos».
(Traducido de: Filocalia de la Optina, traducere de Cristea Florentina, vol. I, Editura Egumenița, Galați, 2009, pp. 151-152)