Para orar con fervor
El que ora debe ser como un hambriento, deseando con vehemencia y firmeza las bondades que le faltan.
Quien ore al Señor, a la Santísima Virgen María, a los ángeles y a los santos debe, en primer lugar, buscar enderezar su vida y su corazón, imitándolos, porque está escrito: “Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo” (Lucas 6, 36). “Seréis santos, porque santo soy yo” (1 Pedro 1, 16).
Quien ore a la Madre del Señor debe imitar su ejemplo de humildad, de inefable pureza, de obediencia a la voluntad de Dios (por ejemplo, cuando conozca la injusticia), y de paciencia.
Quien ore a los ángeles debe pensar en la vida eterna, mostrarse devoto en la vida espiritual, apartándose, poco a poco, de las cosas y vicios del cuerpo, y encenderse en el amor a Dios y al prójimo.
Quien ore a los santos debe imitar su ejemplo de amor a Dios, de desprecio a lo vano del mundo y sus aparentes bondades, orar como ellos, ser mesurado, austero y paciente tanto en la enfermedad como en los disgustos y las tribulaciones. Debe, asimismo, amar a su prójimo tal como lo hicieron ellos.
De lo contrario, su oración no será sino un palabrerío vacío. El que ora debe ser como un hambriento, deseando con vehemencia y firmeza las bondades que le faltan, en este caso, las espirituales: el perdón de los pecados, la pureza, la santidad y la perseverancia en la virtud, mismas que pide cuando ora. Si no es así, inútil será su oración.
Entonces, hermano, busca cómo agradecerle y alabar siempre al Señor, porque todo viene de Él, todo es don de Su bondad y misericordia.
(Traducido de: Sfântul Ioan de Kronstadt, Viața mea în Hristos, Editura Sophia, 2005, p. 234)