Para orar, el hombre ofrece su voluntad y Dios le da las fuerzas necesarias
“¿Sabes qué dice el demonio del orgullo y de la insensatez, si al orar escapas alguna lágrima? «¡Tu oración estuvo estupenda!» ¡Cuidado! ¡Aún te falta mucho para alcanzar la oración pura, tanto como la distancia que hay entre el cielo y la tierra!"
Algunas veces el padre nos relataba sus experiencias cuando, siendo asceta, se encontraba en el bosque con algún anciano experto en la oración del corazón, y luego se extendía hablando sobre la vida espiritual de aquellos anacoretas. Sin embargo, nosotros sabíamos que se trataba de la vida espiritual del mismo Padre Cleopa y no la de otros... Tal era su humildad, que prefería evitar los elogios de los demás, atribuyéndole a otros sus propias virtudes.
Luego decía: “Me preguntarán: «Pero nosotros, Padre, la mayoría, ¿qué hacemos, desconociendo esta oración espiritual? ¿Estamos perdidos?» ¡No! Sin embargo, ya les he enseñado cuál es la oración verdadera. Esto no significa que si yo no oro, tampoco se lo diga a otros. ¡Pero si ni yo puedo orar así! Pero eso no significa que no sepamos cómo debemos proceder. Porque la ignorancia es la ceguera del alma. ¿Saben qué dice el demonio del orgullo y de la insensatez, si al orar escapan alguna lágrima? «¡Tu oración estuvo estupenda!» ¡Cuidado! ¡Aún les falta mucho para alcanzar la oración pura, tanto como la distancia que hay entre el cielo y la tierra! Ya les dije que la oración no termina de desarrollarse, de crecer. Porque se une a Dios y por eso no tiene límites.”
También decía el Padre Cleopa: “No depende del hombre escalar los niveles de la oración. Él cuenta tan sólo con su voluntad. Sólo debe desear hablar con Dios, así como pueda, porque merecer una oración avanzada es algo que depende de la gracia de Dios”.
Otras veces, nos decía el anciano: “Una vez, estando el Monasterio Slatina, fui arrestado por la policía secreta y me llevaron a la localidad de Fălticeni. Allí me golpearon repetidas veces y después me encerraron en un sótano lleno de reflectores encendidos. Todos los que pasaban por ese lugar, salían casi dementes. Por eso fue que me metieron allí, para enloquecerme. Dentro, no sólo era imposible distinguir algo, de tanta luz, sino que además el calor era insoportable. Entonces, conseguí que mi mente descendiera al corazón, repitiendo la “Oración de Jesús”. Luego de una hora me sacaron y los mismos que me torturaban se quedaron sorprendidos al verme salir por mi propio pie y hablar con normalidad”.
En otra ocasión, el padre nos dijo: “Cuando oremos, hablemos como nos sea posible. San Macario nos aconseja: «Hombre, yo sé que no sabes orar, pero te doy un consejo... ¡Ora como puedas, pero ora con frecuencia!». Porque obrando así, el hombre comienza a aprehender la verdadera oración. Y San Juan Climaco dice: «¿Vamos a dejar de orar en cantidad?». Porque la oración cuantitiva es la que hacemos a raudales, pero sin sin tener la mente en el corazón y sin fijarnos en Dios con los ojos de la mente. «¡No dejemos de hacerlo!». Porque la oración cuantitativa hace que aparezca la oración cualitativa. La cantidad trae la calidad”.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 755-756)