Para que no se nos olvide agradecer los dones que Dios nos da
“Siendo atormentados aquellos que, habiéndoseles concedido lo que pedían, no supieron agradecer…”
«Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”. Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias».
La teología rural, la teología de la aldea, del poblado, queda comprendida en esta frase: “Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro…”. Sí, antes, Dios entraba más a menudo en nuestros poblados, en nuestras ciudades, en las casas de los campesinos, en las casas de la ciudad. Y era esperado con ansias. Actualmente, en las callejuelas de las aldeas, si es que todavía quedan, ya nadie espera a Dios. A veces, algún anciano sale a la puerta, esperando la aparición del cartero, quien le trae la exigua jubilación de cada mes. Antes, lo que había era bueno, santo y bello.
Y vemos al Señor siendo recibido por diez leprosos, quienes claman en voz alta por un poco de misericordia. Curiosamiente, no piden sanación. Lo más sencillo, lo más natural hubira sido que dijeran: “¡Sánanos, Señor, purifícianos de este sufrimiento tan terrible!”. No, ellos dicen: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”.
El sacerdocio y la medicina de nuestros tiempos tienen que ser depositarios de la misericordia, para dar sanación. Las palabras: “Misericordia quiero, no sacrificio” (Mateo 9, 13) pueden ser traducidas así: “Que vuestro sacrificio sea la misericordia”. De los diez leprosos que recibieron la misericordia de Dios, es decir, que fueron sanados, solo uno vuelve y se postra a los pies de Cristo, para decirle: “¡Gracias!”. ¡Y era un extranjero! Y lo sucedido lo transforma por completo, en tanto que los otros nueve habrían de sufrir más, como dicen las palabras de San Juan Crisóstomo: “siendo atormentados aquellos que, habiéndoseles concedido lo que pedían, no supieron agradecerlo”.
En el Antiguo Testamento encontramos una emocionante profecía: “la alegría de corazón es un festín perpetuo”.
(Traducido de: Preotul Sever Negrescu, Fărămituri de cuvinte – lecturi evanghelice pentru Duminici, ediția a II-a, Editura Doxologia, Iași, 2011; pp. 188-191)