Para quienes no entienden el valor del arrepentimiento…
Nuestro deber es aceptar la mano protectora del Padre Celestial y mantenernos aferrados a ella, luchando contra las olas del pecado, que amenazan nuestra vida.
“Arrepentíos” es la palabra que da inicio a la obra evangelizadora del Señor y, al pronunciarla, Él no solamente nos pide que enmendemos las injusticias que hayamos cometido con nuestros semejantes, sino también que transformemos nuestra vida desde sus mismos cimientos, que realicemos una auténtica restauración de nuestro espíritu. “Arrepentíos y creed en el Evangelio” (Marcos 1, 15) es la voz divina que resuena a través del tiempo, llamando a nuestras almas a la salvación. Sin un arrepentimiento verdadero, la palabra no puede dar frutos en nuestras almas.
¿Por qué se habla tanto de este severo mandamiento de la contrición? ¿Cuál es, de hecho, el propósito del arrepentimiento? Esta palabra santa nos exhorta a arrepentirnos, porque la contrición es el medicamento que sana las heridas del alma, y solamente por medio suyo nos hacemos dignos del don de Dios. Arrepentirte significa conocer tus pecados, lavarlos con lágrimas de pesar y decidirte a empezar una vida nueva. Es una lucha que dura hasta el último aliento y tenemos que librarla contra la muerte y el pecado, en pos de la vida verdadera. Con la vida verdadera, espiritual, no puedes asumir jamás que ya todo está hecho, porque eso representaría una gran caída. Por eso es que no podemos detenernos o “dormirnos en los laureles” de la vanagloria, sino que tenemos que buscar la forma de seguir ascendiendo. Los santos se esforzaban sin cesar, respetando los mandatos divinos y, con todo, en ningún momento se consideragab dignos del don de Dios. San Sisoes, nos da un excelso ejemplo. Cuando, en su lecho de muerte, le preguntaron qué deseo tenía, él respondió: “Le pido a Dios que me conceda un tiempo para arrepentirme”. Porque, como dijo otro padre, “al hombre le es más provechoso conocer sus propios pecados y arrepentirse, que ver a los mismos ángeles”.
Dios nos envía Su don en el conocimiento de Su santa voluntad. Nuestro deber, entonces, es aceptar la mano protectora del Padre Celestial y mantenernos aferrados a ella, luchando contra las olas del pecado, que amenazan nuestra vida. Dice el poeta: “Soy una vela bajo las bóvedas divinas / En el caos pendo, pero pendo aferrado a Ti”.
(Traducido de: Părintele Arsenie Boca, Lupta duhovniceasca cu lumea, trupul și diavolul, ediție revizuită, Editura Agaton, Făgăraș, 2009, pp. 98-99)