En el Evangelio hay muchos relatos de los milagros obrados por el Señor con los ciegos. Estos no podían ya alejarse de Aquel que les había devuelto la vista, sintiéndose irresistiblemente atraídos hacia Él y siguiéndole a donde fuera. Así, cuando nuestros ojos espirituales se nos abren a la verdad, no podemos quedarnos en la oscuridad, sino que somos atraídos hacia la luz, hacia Cristo.

Vayamos también nosotros allí a donde fueron aquellos que recuperaron la vista. El Señor obra con nosotros el mismo milagro. Él nos abre los ojos espirituales y nos ilumina el alma con Su luz. Vayamos también nosotros a Él y abandonemos nuestra vida de pecado y oscuridad, en la que hemos vivido ciegamente hasta hoy.

Para aquellos que han recuperado la vista y no apartan su mirada de Él, el camino se mantendrá siempre abierto, lleno de luz, llevándoles hacia el refugio de serenidad, el Reino del amor eterno.

(Traducido de: Fiecare zi, un dar al lui Dumnezeu: 366 cuvinte de folos pentru toate zilele anului, Editura Sophia, p. 98)