Para sanar nuestra alma del pecado…
Póstrate ante Él y dile: “¡No volveré a pecar jamás, aunque tenga que morir! ¡Solo sálvame y ten misericordia de mí!”.
El hombre que es capaz de sentir repugnancia por el pecado, efectivamente está lejos del pecado; es decir, lo ha expulsado de su interior y posee ahora plena libertad para obrar sin sentirse atraído por él. Este es el momento en el que, con valor, puedes hacer la promesa de no volver a pecar, promesa que se pronuncia en lo profundo del corazón, ante el rostro del Señor. Entonces, póstrate ante Él y dile: “¡No volveré a pecar jamás, aunque tenga que morir! ¡Solo sálvame y ten misericordia de mí!”. Esta promesa del corazón debe coronar el arrepentimiento y dar testimonio de su sinceridad. No deben ser simples palabras, sino un sentimiento vivo, para erigirse en el pacto interior del corazón con Dios, devolviendo su legítimo lugar a la religión del corazón.
Hasta aquí he querido atraer tu atención. Bien, comienza reconociendo tu estado de pecador, muéstrate tal como eres y haz que afloren los dolorosos sentimientos de la contrición, y culmina con la firme decisión de no volver a pecar, fortalecida por el pacto hecho ante el Señor de vivir, a partir de ahora, en rectitud y con una existencia renovada.
Quien recorra plenamente este camino, no tendrá dificultad alguna en reconocer, con un corazón transparente, al confesarse, toda su impureza. Ciertamente, será capaz de ofrecer una confesión completa, sincera, sin excusas ni reservas, y por ello recibirá la absolución del Señor a través de la boca de su padre espiritual, una absolución que llenará todo su ser de profunda paz y alegría.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Pregătirea pentru Spovedanie şi SfântaÎmpărtăşanie, Editura Sophia, 2002, pp. 84-85)