Paz con Dios, paz con los demás
Busquemos la paz con nuestros semejantes, sepamos mantenerla y cultivarla como si se tratara de una flor rara, que necesita de un cuidado especial.
Nada nos es de provecho si, estando en paz con los demás, somos adversarios de Dios. Sólo teniendo “la paz de Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar” (Filipenses 4, 7) podemos estar a resguardo y vivir sin temor. Sólo así podemos encontrar la puerta del amor y de la comunicación, sólo así podemos derribar el muro de las sospechas y la desconfianza.
No obstante, debemos evitar ser piadosos sólo en cuestiones de fe, pero falsos en nuestra forma de vivir y en nuestros actos. Esforcémonos constantemente, de acuerdo a nuestras capacidades, en proporcionar paz a nuestro alrededor, sirviendo así a nuestro Señor Jesucristo, porque, “La paz entre hermanos”, decía Pedro el Cristólogo en una de sus prédicas, “es la voluntad de Dios, la alegría de Cristo, la plenitud de la santidad”.
Busquemos la paz con nuestros semejantes, sepamos mantenerla y cultivarla como si se tratara de una flor rara, que necesita de un cuidado especial.
El mismo Cristo nos heredó Su paz (Juan 14, 27), ordenándonos amarnos unos a otros, porque sólo así seremos reconocidos como discípulos Suyos (Juan 13, 35). Elevemos, pues, nuestro canto a los Cielos, llamándolos a acompañarnos en este largo y difícil camino, sabiendo que al final nos espera el amor y, con los brazos abiertos, Cristo, el Señor de la paz.
Hagamos que la paz y la calma fructifiquen, buscando la vida, no en dogmas, no en teorías, sino en su mismo propósito. Que nuestra vida transcurra “tranquila y en paz, con toda piedad y dignidad” (I Timoteo 2, 2), es decir, construyendo la paz, haciendo que nuestros actos sean dignos de imitar y que nuestras palabras tengan esa miel que sana las heridas del alma.
(Traducido de: Gheorghe Badea, Sfinții Părinți despre pace, Editura Sf. Mina, 2004, p. 3)