¡Paz a todos!
La paz política y civil, la paz interior y exterior, la paz entre hombres y pueblos, la paz con Dios y con la propia conciencia, la paz con los que nos encomian y con los que nos persiguen, la paz con la vida y la muerte, con la tierra y los cielos… En pocas palabras, “la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia” (Filipenses 4, 7), esta es la paz que la Iglesia predica a todos sus hijos, en todos los países y en todas las islas del mundo.
«Tienes de todo, pero te falta la paz. Darías lo que fuera por tener paz, pero esta no viene a ti. En tu alma reina la intranquilidad, como fruto de la guerra. A veces piensas: “Estando en combate, muchas veces disparé mi arma… tal vez maté a alguien. Es posible que en este mismo momento una madre esté llorando a su único hijo, ese al que yo maté… Y, con ella, la esposa, los hijos, los hermanos y las hermanas del fallecido. Puede que todos maldigan al asesino, que soy yo. ¿Qué me espera a mí y a mis descendientes?”. Esos pensamientos te trituran por dentro, al caminar, al trabajar, al irte a dormir y al levantarte. Y el desasosiego, sumado al temor, atormenta amargamente tu alma.
¿Acaso no has escuchado al sacerdote decir, en cada Liturgia, “¡Paz a todos!”? ¿Quén más en este mundo, además de la Iglesia, repite con tanta frecuencia estas maravillosas palabras, “¡Paz a todos!”? ¡Y de una forma tan ferviente y con un contenido tan amplio! La paz política y civil, la paz interior y exterior, la paz entre hombres y pueblos, la paz con Dios y con la propia conciencia, la paz con los que nos encomian y con los que nos persiguen, la paz con la vida y la muerte, con la tierra y los cielos… En pocas palabras, “la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia” (Filipenses 4, 7), esta es la paz que la Iglesia predica a todos sus hijos, en todos los países y en todas las islas del mundo.
Esto dice un conocido poeta cristiano: “Si la vida para ti es tormento, / si tu mente y tu corazón se aturden. / Y no haces más que lamentarte, / porque el amor y la fe se han apagado en ti. / Póstrate, con encendidas lágrimas, / abraza los pies de la Cruz, / ¡Y así te reconciliarás con el cielo, / contigo mismo y con los demás!
Póstrate ante nuestro Señor Jesucristo, que es el Señor de la paz, abraza Sus pies ensangrentados, y la paz volverá a ti, porque Él es nuestra paz (Efesios 2, 14). Por eso, cuando la Iglesia dice: “¡Paz a todos!”, es como si dijera: “¡Cristo con todos! ¡Cristo para todos!”. Amén. ¡Que Cristo, tu paz, esté contigo y en ti!».
(Traducido de: Episcopul Nicolae Velimirovici, Răspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, vol. 2, Editura Sophia, București, 2003, pp. 168-169)