“Pero... ¡si yo tengo la razón!”
Siguiendo el ejemplo del demonio, el que se justifica no quiere pedir perdón y confesar sus faltas. Al contrario, repite una y otra vez:“¡Tuve la razón, sigo teniendo la razón y siempre tendré la razón!”,
Al otro extremo del humilde reconocimiento de nuestro estado de pecadores se halla el más peligroso enemigo de la contrición: la autojustificación, que es hija de orgullo.
La decadencia espiritual de nuestros días es tan grande, que hasta aquellos que se hallan realmente hundidos en el pecado quedan sin arrepentirse, justificándose. En una novela de un escritor contemporáneo, el héroe principal comete voluntariamente un homicidio para encontrar una solución a sus problemas, aunque después es enviado a prisión. Siendo condenado a muerte, momentos antes de ser ejecutado sigue repitiendo: “¡Tuve la razón, tengo la razón y seguiré teniendo la razón!”.
El que se justifica a sí mismo es uno que tiende a sufrir también de problemas psíquicos, porque es incapaz de reconocer su culpabilidad. Así es como se vuelve nervioso, turbado, pretencioso, descontento, anárquico. Siguiendo el ejemplo del demonio, no quiere pedir perdón y confesar sus faltas. Al contrario, repite una y otra vez:“¡Tuve la razón, sigo teniendo la razón y siempre tendré la razón!”, levantando un dique que contiene la misericordia divina.
(Traducido de: Arhim. Anastasie Anastasiu, Povățuire către pocăință, Editura Evanghelismos, p. 153-154)