Palabras de espiritualidad

“¡Pero... te van a fusilar!”

  • Foto: Constantin Comici

    Foto: Constantin Comici

Translation and adaptation:

Entonces, aquella muchacha, su semejante, que hasta entonces no había sido más que una vecina, una simple realidad física, se convirtió en el prójimo del que tanto nos habla el Evangelio. Dijo: “Lo lograrás, porque yo me quedaré en tu lugar, y cuando vengan a buscarte, les diré que yo soy tú”.

Quisiera ilustrarles este retrato del sacrificio y sus consecuencias en nuestra vida, con un relato tomado de la historia tardía de la Iglesia Rusa. En los años de la guerra civil, cuando los ejércitos enemigos luchaban para tomar el poder, conquistando y perdiendo terreno a lo largo de tres años, una pequeña ciudad que había estado bajo el control de lo que quedaba del Ejército Imperial cayó en manos del Ejército Rojo. En aquel lugar, una mujer estaba en peligro de muerte junto a sus dos hijos, de cuatro y cinco años respectivamente, porque su esposo formaba parte del bando enemigo. Sin saber qué hacer, la desesperada mujer se escondió en una casa abandonada, con la esperanza de que llegaría el momento de poder salvarse.

Una noche, alguien tocó la puerta, llamándola calladamente por su nombre.  Abriendo con sigilo, la mujer vio que se trataba de una joven de unos veinte años, quien entró apresuradamente. De inmediato, aquella muchacha previno a la mujer de nuestro relato, diciéndole que los sitiadores ya sabían que se hallaba allí escondida, y que esa misma noche vendrían a buscarla para fusilarla. Así, le recomendó que huyera lo antes posible. Aterrada, la pobre mamá volteó a ver a sus hijitos y dijo: “¿Pero cómo podré huir?”. Entonces, aquella muchacha, su semejante, que hasta entonces no había sido más que una vecina, una simple realidad física, se convirtió en el prójimo del que tanto nos habla el Evangelio. Dijo: “Lo lograrás, porque yo me quedaré en tu lugar, y cuando vengan a buscarte, les diré que yo soy tú”. “¡Pero... te van a fusilar!”, balbuceó la asustada mamá. “Sí...¡pero yo no tengo hijos!”, respondió entonces y llena de convicción aquella muchacha, quedándose en lugar de la otra.

Podemos imaginarnos qué sucedió después…

(Mitropolitul Antonie de Suroj, Făcând din viaţă rugăciune, Editura Sofia, p. 49-50)

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