¡Pidámosle a Dios que nos devuelva la paz!
¡Conserven la paz, estén en calma, oren a Dios! ¡La Santísima Virgen María no nos deja!
Si alguien no tomaba en cuenta la bendición del anciano y hacía algo según su propia voluntad, las cosas no le salían bien. Y si el padre Paisos decía: “Bien, es la voluntad de Dios que vayas y hagas esto y aquello. Tienes la bendición…”, todo salía bien, y era realizado con provecho y alegría, porque tenía la bendición del padre y de la Santa Iglesia.
A veces, el anciano decía:
—¡Qué no hace el hombre por obtener la paz de su alma!
Otras veces, les decía estas palabras a quienes se sentían agitados:
—¡Tienes que volver ahí donde sabes que perdiste la paz de tu corazón!
En cierta ocasión, dos monjas de un monasterio se sentían perturbadas y no hallaban la forma de recobrar la paz interior. En la noche, al volver de la iglesia, encontraron un papelito en una ranura de la puerta de su celda, dejado ahí por alguien desconocido, de parte del padre Paisos, quien era su padre espiritual, en el que escribía:
—¡Conserven la paz, estén en calma, oren a Dios! ¡La Santísima Virgen María no nos deja!
Al leer juntas ese breve mensaje, sintieron que repentinamente una paz profunda las inundaba, asombradas de cómo su padre espiritual se había enterado del estado en que se hallaban.
(Traducido de: Arhimandritul Ioanichie Bălan, Părintele Paisie Duhovnicul, Editura Trinitas, 1993, pp. 117-118)