Podemos hablar siempre con Dios
No nos turbemos ni desfallezcamos. Al contrario, habituándonos a orar, volvamos los ojos y el alma hacia Dios, de Quien viene todo auxilio.
Cuando atravesamos un puente sobre un río de aguas turbulentas y profundas, para no marearnos con aquel movimiento trepidante, solemos dirigir nuestra mirada hacia adelante o hacia el cielo. Lo mismo debemos hacer cuando las aguas de las tentaciones nos rodeen amenazadoramente. No nos turbemos ni desfallezcamos. Al contrario, habituándonos a orar, volvamos los ojos y el alma hacia Dios, de Quien viene todo auxilio. Dios nos ama y quiere que nos acerquemos más a Él, que nos sujetemos a Él, que hablemos siempre con Él.
Con este propósito, Él permite a veces que vengan pruebas a nuestra vida, para que corramos inmediatamente a Sus brazos. Los niños, cuando no les falta nada, corren todo el día de aquí para allá, olvidando completamente a sus padres. Pero cuando comienzan a sentir hambre, cuando caen o se golpean con algo, corren rápidamente a buscar a sus progenitores, llorando y pidiendo ayuda. Lo mismo pasa con nosotros.
(Protosinghel Nicodim Măndiță, Învățături despre rugăciune, Editura Agapis, București, 2008, p. 60)