¡Pon, Señor, una guardia ante mi boca y vigila la puerta de mis labios!
Es imposible cambiar las cosas que hemos hecho en el pasado, el mal que hemos cometido, las palabras que hemos pronunciado y los pensamientos que hemos albergado en nuestra mente.
Recordemos que no tenemos ningún poder sobre el pasado: no lo podemos modificar y eliminar el mal que hicimos alguna vez. Hay un relato muy interesante, sobre una mujer que solía hablar mal de los demás. Un día, al terminar de confesarse, el párroco le dio el siguiente canon: le pidió que llenara un saco con plumas y después lo vaciara al aire cuando el viento estuviera soplando con fuerza. Después, lo que tenía que hacer era tratar de reunir todas las plumas, sin excepción. La mujer protestó, diciendo que era imposible juntar absolutamente todas las plumas que habían salido volado por la acción del viento. Entonces, el sacerdote le dijo: “Tal como es imposible reunir nuevamente todas las plumas que el viento se llevó, también lo es juntar todas las murmuraciones e injurias que has dicho sobre tus semejantes, y tratar de reparar el honor que has dañado con tus palabras”.
Luego, es imposible cambiar las cosas que hemos hecho en el pasado, el mal que hemos cometido, las palabras que hemos pronunciado y los pensamientos que hemos albergado en nuestra mente. Todo eso entra y se queda en nosotros. Por eso, cada persona es eso en lo que se ha convertido. A cada instante, el hombre es el resumen de sí mismo, de su vida entera. Por eso, al morir nos presentamos ante Dios con todo lo que hemos acumulado a lo largo de nuestra vida.
(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Veniți de luați bucurie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2001, p. 176)