¡Por favor, dénme un poco de sus fuerzas!
Cuando te sientas apesadumbrado y cuando atravieses tentaciones, no te turbes. Ve donde tu hermano y dile, “¿Cómo estás, hermano?”. Pero no le digas que has venido a verlo porque te sentías intranquilo. Hablen sobre cosas pequeñas. Así, la tristeza desaparecerá y recibirás fuerzas de él.
Yo les doy consejos que talvez no puedan recibir en ninguna otra parte. Cuando te sientas apesadumbrado y cuando atravieses tentaciones, no te turbes. Ve donde tu hermano y dile, “¿Cómo estás, hermano?”. Pero no le digas que has venido a verlo porque te sentías intranquilo. Hablen sobre cosas pequeñas. Así, la tristeza desaparecerá y recibirás fuerzas de él.
Cuando fui nombrado obispo, en mi discurso frente al Santo Sínodo, dije: “¡Les pido por favor, a todos los miembros del Santo Sínodo, que me den algo de sus fuerzas!”. Cada uno de nosotros tiene un don y un poder. Si lo compartimos con los demás, nuestra alma crece, ayudándolos. No es necesario que vayas a cada rato a hablar con el stárets, porque lo puedes agobiar. Pero sí puedes frecuentar a tu propio Padre Espiritual, confiándole todos tus pecados, que él sabrá qué hacer. Yo, después de confesarme, me siento reconciliado. A partir de ese momento, el Confesor no debe sino orar por mí, porque para eso es mi Padre Espiritual, ¿no? Este es el don de Dios. Cristo lo dijo con claridad: “A los que les perdonen sus pecados, les serán perdonados y a los que se los retengan, les serán retenidos” (Juan 20, 23). ¡Y esto no es broma!
Les decía que el Señor habló muy dulcemente con las miróforas: “No tengan miedo. Vayan ahora y digan a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allí me verán.” (Mateo 28, 10). Los apóstoles, después de la Resurrección, caminando hacia donde les fuera ordenado, en Galilea, se encontraron con Cristo. Dice el Evangelista Mateo, con bellas palabras, que todos se postraron ante Él. Y es que la duda había desaparecido ya de sus corazones. Lo vieron vivo, vieron que era Dios, vieron que todo lo que se les había anunciado estaba sucediendo en realidad y se postraron frente a Él. ¿Qué dijo entonces Cristo?
A propósito, les recomiendo que lean todo lo que puedan, para conocer mejor a nuestro Señor Jesucristo. Pero es imposible que memoricemos todo. Sin embargo, sí que podemos retener al menos una que otra palabra. Intentemos recordar al menos cuatro palabras de cada Evangelio, algo en lo que podamos meditar.
Entonces, volvamos a lo anterior. ¿Qué dijo el Señor cuando se encontró con los apóstoles? “Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra” (Mateo 28, 18). En ese momento, después de resucitar y antes de ascender a los Cielos, se declaró Señor del Cielo y la Tierra. Lo hizo únicamente frente a los apóstoles. Y quienes oficiamos en el Altar de la Iglesia Ortodoxa, somos descendientes directos de los apóstoles; de hecho, somos discípulos de Cristo. Somos servidores que han recibido todo poder, por medio de la sucesión apostólica.
La fe en Él es nuestra vida. La fe nos brinda amor. Amar a Cristo es el consuelo más grande. Fe, amor y obediencia a Cristo, a Su palabra: todo esto nos lleva a la felicidad. Y esto sólo lo conseguimos leyendo los Evangelios permanentemente.
(Traducido de: Arhiepiscop Justinian Chira, Trăiți frumos și-n bucurie, Colecția „Crinii țarinii”, volumul 2, Editura Nicodim Caligraful, Sfânta Mănăstire Putna, 2014, pp. 46-48)