¿Por qué ayunamos el 14 de septiembre?
Dirijamos más nuestra mirada a las cosas celestiales, hacia el propósito de nuestro esfuerzo ascético, a la “sublime recompensa” de Cristo, Quien firmó, con Su Crucifixión, el acta de nuestra liberación.
Como sabemos, la veneración a la Santa Cruz proviene de los tiempos de los Apóstoles. Por ejemplo, dirigiéndose a los gálatas, el Santo Apóstol Pablo decía lo siguiente sobre el misterio de la Cruz: “En cuanto a mí, no quiero sentirme orgulloso más que de la cruz de Cristo Jesús, nuestro Señor. Por Él. el mundo ha sido crucificado para mí, y yo para el mundo” (Gálatas 6, 14). Y, en otro lugar, dice: “El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios” (1 Corintios 1, 18).
A diferencia de otras fiestas religiosas, la Exaltación de la Santa Cruz es conmemorada con ayuno, sin importar el día de la semana en que caiga, haciéndose únicamente la dispensa de consumir vino y aceite, según establece el Anuario Litúrgico y Típico de nuestra Iglesia.
Luego, es un día en el que ayunamos porque la Santa Cruz nos recuerda la Pasión del Señor. No es concidencia que, en este mismo día, en el marco de la Divina Liturgia, se lea el Evangelio del Viernes Santo, en el cual se nos describe el dolor de Cristo en el Gólgota. Por medio del ayuno y la oración, el discernimiento y la humildad, el hombre es purificado e iluminado, llegando a ver, finalmente, la luz de la Santa Cruz, la cual es “más refulgente que el sol” (Tropario de la Santa Cruz, tono VIII).
Como en los demás días o períodos de ayuno, en este día tampoco tenemos que limitarnos al consumo de alimentos vegetales, porque sabemos bien que el ayuno, en su profundidad, significa también oración, humildad, comprensión y amor al prójimo, tal como lo leemos en el libro del profeta Isaías: “¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase de yugo. Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán a tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano. Entonces tu luz surgirá como la aurora y tus heridas sanarán rápidamente. Tu recto obrar marchará delante de ti y la Gloria de Dios te seguirá por detrás”. (Isaías 58, 6-8).
En su “Diario de la felicidad”, el padre Nicolás Steinhardt dice de la Cruz que es un símbolo de la interferencia del Cielo con la tierra, del espíritu con la materia. Tomando en cuenta esta afirmación, dirijamos más nuestra mirada a las cosas celestiales, hacia el propósito de nuestro esfuerzo ascético, a la “sublime recompensa” de Cristo, Quien firmó, con Su Crucifixión, el acta de nuestra liberación.