Porque todos nacemos con el pecado ancestral, y a este se le anula solamente por medio del Sacramento del Santo Bautismo. El Santo Apóstol Pablo dice: “Por tanto, así como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron...” (Romanos 5, 12), y el profeta David reconoce que “en el pecado me concibió mi madre” (Salmos 50, 6). Asimismo, el profeta Jeremías dice con dolor: “Nuestros padres pecaron, ya no existen, y nosotros cargamos con sus iniquidades” (Lamentaciones 5, 7), en tanto que el justo Job señala que: “¿Quién puede sacar lo puro de lo impuro?” (Job 14, 4).

A partir de estos testimonios de la Santa Escritura entendemos que el pecado ancestral pasó a todos los hombres; luego, todos nacemos con ese pecado. La prueba más clara de esto es que también los niños mueren, como efecto del pecado ancestral. Los niños no son concebidos desde la fe cristiana de los padres, sino por medio de sus cuerpos, desde su carne y su sangre, y el Apóstol dice: “Os digo que la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de Dios, ni lo corruptible heredará lo incorruptible” (I Corintios 15, 20). Del mismo modo en que las buenas madres lavan diariamente a sus hijos, los visten con ropa limpia, y en caso de enfermedad los llevan con el médico, así también la madre cristiana cuida el alma de su hijo, lavándolo del pecado ancestral por medio del Santo Bautismo.

(Traducido de: Arhimandritul Serafim Man, Crâmpeie de propovăduire din amvonul Rohiei, Editura Episcopiei Ortodoxe Române a Maramureșului și Sătmarului, 1996, p. 41)