Por qué no es bueno entristecerse desmesuradamente cuando alguien cercano muere
Tenemos permitido entristecernos al separarnos de alguien amado, pero sólo cuando sabemos que pasará a un estado peor al que tenía antes.
Separarnos de alguien a quien hemos amado mucho es siempre motivo de enorme tristeza y dolor en el corazón. El Santo Apóstol Pablo, preparándose para ir a Jerusalén, llamó a los encargados de la Iglesia en Éfeso, y les dijo: “Y ahora yo sé que ya no volveréis a ver mi rostro ninguno de vosotros, entre quienes pasé predicando el Reino” (Hechos 20, 25). Y, al terminar, “rompieron todos a llorar y arrojándose al cuello de Pablo, le besaban, afligidos sobre todo por lo que había dicho: que ya no volverían a ver su rostro. Y fueron acompañandole hasta la nave.” (Hechos 20, 37- 38). Tan triste y dolorosa es la separación de quienes se aman, especialmente cuando saben que no se volverán a ver.
El dolor más grande tiene lugar cuando es la muerte lo que viene a separarnos de quienes amamos, porque ésta lleva al alma a dejar el cuerpo, pero también a los amigos y conocidos. ¡Qué dolorosa es, en verdad, la separación por causa de la muerte!
Así pues, no hay duda de que la separación por causa de la muerte provoca un dolor indescriptible en las personas, especialmente cuando debemos ver partir a alguno de nuestros padres, hijos, hermanos o demás familiares. Sin embargo, ¿debe ser siempre así, en la nueva Gracia en que vivimos? Considerando esto, quiero transmitirles la respuesta que nuestro Señor nos da desde las Santas Escrituras.
Dinos, Cristo Redentor, ¿debemos entristecernos demasiado cuando alguien a quien amamos se despide de nosotros, por medio de la muerte temporal permitida por Ti? Y el Señor nos responde con aquellas palabras dirigidas a Sus apóstoles: “No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Juan 14, 27). Es como si dijera: “No piensen que os dejo y que me aleja de vosotros la vergonzosa muerte. Piensen que Yo vuelvo al Padre, que parto de esta vida llena de dolor a la vida eterna, en donde no hay dolor, ni tristeza, ni lamentos”.
Y lo que Él les dijo a Sus Apóstoles, se los repite a todos los que creen en Él, para que, en el dolor —sobre todo, ante la muerte—, puedan encontrar consuelo en el hecho que, quien cree en Cristo, no importa a qué edad o de qué forma muera, pasa de esta vida llena de aflicciones y congojas, al Padre Celestial. “No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: «Me voy y volveré a vosotros» Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre” (Juan 14, 27-28).
Tenemos permitido entristecernos al separarnos de alguien amado, pero sólo cuando sabemos que pasará a un estado peor al que tenía antes. Pero la muerte de quienes creen en el Nombre de Cristo no es otra cosa que la liberación del alma, que deja el cuerpo, para escapar de las tribulaciones de este mundo y pasar a gozar de las bondades celestiales.
(Traducido de: Sfântul Dimitrie al Rostovului, Viața și omiliile, Editura Bunavestire, 2003, p. 162)