Palabras de espiritualidad

¿Por qué no queremos confiar en Dios y en Su misericordia?

    • Foto: Doxologia

      Foto: Doxologia

Él nos dice: “¿Por qué no vienes a Mí para que te sane, para que te dé la paz que necesitas, para que te consuele? ¡Ven a recibir Mi paz, ven para que pueda consolarte, ven para que te abrace!”.

Dios nos llama y nos invita a descender a nosotros mismos, al infierno en nosotros que nos impide santificarnos. Él nos espera allí y enorme será nuestra alegría al vernos afuera de la perpetua oscuridad que hay en lo hondo de nuestro ser. Allí, en ese abismo, hay monstruos, hay serpientes, hay recuerdos, hay rencores y temores, hay heridas recibidas, a las cuales hemos reaccionado sin Dios, con temor, con envidia, con odio, con mentira, con lo que fuera, con tal de sobrevivir.

Dios no te pregunta por qué mentiste, por qué mataste, por qué cometiste aquel pecado…  Nunca pregunta eso, porque Él sabe la razón de cada uno de tus actos. Lo que te pregunta es: “¿Por qué no vienes a Mí para que te sane, para que te dé la paz que necesitas, para que te consuele? ¡Ven a recibir Mi paz, ven para que pueda consolarte, ven para que te abrace!”.

Creo que ya he contado lo que me sucedió en un seminario con un grupo de niños en situación de calle, con quienes hice un ejercicio. Cada niño se sentaba en una silla, según era su turno, y frente a él tenía una silla vacía. Yo le decía a cada uno: “Piensa que tú eres Dios y que ahí, frente a ti, está sentada tu alma. Imagina que moriste y que ahora tu alma será sometida a Juicio. Pero tú eres el Juez. ¿Qué le dirías a tu alma?”.

Cada uno se quedaba callado un momento y decía cosas como: “¿Por qué te fuiste de casa?”, “¿Por qué robaste?”, “¿Por qué le abriste la bolsa a aquella señora?”, “¡Lo siento, pero tienes que irte al infierno!”. Uno de ellos dijo: “Baja un poco al infierno a ver qué cosas hay allí. ¡Después, vuelve a la tierra y deja de drogarte!”.

En ese grupo había también un niñito de unos cinco años. Aunque todo el tiempo estaba callado, lo senté en una de las sillas y le dije: “Mira, Constantino, este es el lugar de Dios. Siéntate. En este momento, tú eres Dios. Frente a ti está Constantino, es decir, el niño que eres tú en este mundo. ¿Qué le dirías? Recuerda, ahora tú eres Dios. ¿Qué le dirías a ese niño pequeño que está frente a ti?”. Después de insistirle varias veces, sin conseguir que dijera algo, finalmente se le iluminó el rostro y dijo unas palabras que me dejaron atónita: “¡Ven aquí, déjame abrazarte!”.

¡Este es Dios, hijos mios! Solo que neesitamos hacernos como el pequeño Constantino para poderlo conocer. Tristemente, el hombre “grande” puede elegir la “justicia” y no la misericordia de Dios. Otro Constantino, ya adulto, condenado a cadena perpetua, cuando le pregunté que haría Dios con él en el Día del Juicio, me respondió: “¡¿Qué otra cosa puede hacer conmigo, sino enviarme al infierno?!”. Yo le dije: “¡No, Él te perdonará!”. Su rostro se tornó pálido y me dijo: “¡No, madre, eso no me conviene!”. “¿Por qué?”. “¡Porque no sería justo! ¡Yo maté a alguien!”. Eso es a lo que me refiero, a ese orgullo mío de ser justo, de hacer lo que me parece justo a mí… ¡y es precisamente lo que puede llevarme a elegir el infierno! ¡Que no sea así!

(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Doamne, unde-i rana?, Editura Doxologia, Iași, 2017, pp. 148-149)