¿Por qué somos tan ingratos con Dios?
Acuérdate de que todo lo que hay en el mundo es obra de la bondad de Dios, creado para servirte a ti.
La infinita multitud de bondades de tu Señor aumenta, más que todo, la compunción del corazón. Porque, mientras más piensas en el bien que te ha hecho Aquel que es muy Bondadoso, más te avergüenzas de tu ingratitud y tu maldad hacia Él.
Esto es lo que solían hacer los profetas: exhortaban a los pueblos a la contrición y la compunción del corazón, como Natán lo hiciera con David, cuando, antes de reprenderlo por su adulterio, le recordó los bienes y los dones que había recibido de Dios. Acuérdate tú también de los dones divinos y de las incontables bondades que has recibido, como el hecho de tu misma existencia, o hacerte digno de ser redimido con Su purísima Sangre, o que te otorgó el Santo Bautismo, o que te protege y te libra de tantos males. En pocas palabras, acuérdate de que todo lo que hay en el mundo es obra de la bondad de Dios, creado para servirte a ti. (...)
Luego, ¿cómo osas amargar con tus pecados a tu Bienhechor, Quien soportó tantas ofensas, bofetadas, golpes, e incluso una muerte en la cruz, para librarte de la esclavitud del maligno? ¡Mira cuántas razones tienes para echarte a llorar, viendo cuántas veces tú mismo has crucificado a un Soberano tan dulce! Teniendo todo esto en mente, pon en una balanza, por una parte, Su misericordia y Su amor, y en la otra, tu ingratitud sin límites, y regresa a Él con un corazón contrito, implorando Su perdón y confesándole todas tus faltas con humildad.
(Traducido de: Monahul Agapie Criteanul, Mântuirea păcătoșilor, Editura Egumenița, 2009, pp. 327-328)