“Preparemos a la mujer, de manera que sea hermosa para Dios, no para nosotros”
La belleza exterior está llena de soberbia y de alienación, llevándote a los celos e instigándote a especular continuamente en cosas indebidas. ¿Y tú dices que esta forma de amor te da placer? ¡Un mes, dos, un año a lo sumo, pero no más! Y, después, el milagro se marchita, luego de una larga familiaridad con él. Y de lo que antes era bello, sólo queda el orgullo, la insensatez, el desprecio. Pero en las cosas del alma, esto no sucede.
Nu busques en la mujer lo que no es suyo. ¿Ves que todo lo que tiene la Iglesia viene de su Señor? De Él recibió la gloria, de Él la pureza. No te apartes de la mujer si no es bella (en su apariencia o en su físico). Atiende lo que te dicen las Sagradas Escrituras:
“Pequeña entre los volátiles es la abeja, pero rey de lo dulce es su fruto”.
La mujer es creación de Dios y no de ella escarneces, sino de Aquel que la creó. ¿Qué te ha hecho ella? ¡No la elogies por su belleza! Porque, tanto las loas como el odio y el amor, que nacen hacia la belleza exterior, pertenecen a las almas insensatas. ¡Busca la belleza del alma! ¡Imita al Novio de la Iglesia! La belleza exterior está llena de soberbia y de alienación, llevándote a los celos e instigándote a especular continuamente en cosas indebidas. ¿Y tú dices que esta forma de amor te da placer? ¡Un mes, dos, un año a lo sumo, pero no más! Y, después, el milagro se marchita, luego de una larga familiaridad con él. Y de lo que antes era bello, sólo queda el orgullo, la insensatez, el desprecio. Pero en las cosas del alma, esto no sucede. Porque el amor que se basa en la belleza del alma, una vez empieza, persevera con fuerza, ya que no está basado en las cosas del cuerpo.
¿Qué es más bello que el cielo? ¿Qué es más hermoso que las estrellas? Ningún cuerpo es tan luminoso, ningún ojo es tan refulgente. Cuando todo eso fue creado, hasta los mismos ángeles lo contemplaron con admiración. Hoy lo admiramos también nosotros, pero no como lo hacíamos al principio, porque ya nos hemos acostumbrado a verlo. Esta es lo que hace la fuerza de la costumbre y, por esta causa, dejamos de verlo todo como lo hacíamos originalmente. Lo mismo sucede con la mujer. Porque si llega a padecer alguna enfermedad difícil, podría hasta perder todo el atractivo de su físico. Entonces, busquemos en la mujer su inteligencia y un corazón noble, una forma de actuar con mesura, mansedumbre. Estas son las señales de la belleza interior. No busquemos la belleza del cuerpo, ni la culpemos de aquello de lo que no puede responder. De hecho, no la culpemos por nada —porque esto sólo lo hacen los desvergonzados— ni la enojemos... ni siquiera nos opongamos a ella. ¡Cuántos han encontrado su propia ruina en una mujer hermosa, mientras otros, al lado de una no tan bella han alcanzado la vejez en medio de innumerables alegrías! Limpiémonos esa mancha interior, sanemos esas cicatrices, eliminemos las impurezas que haya en nuestra alma. Esa es la clase de belleza que busca el Señor. Preparemos a la mujer, de manera que sea hermosa para Dios, no para nosotros.
(Traducido de: John Meyendorff, Căsătoria-perspectiva ortodoxă, Editura Renaşterea & Patmos, p. 100-101)