Palabras de espiritualidad

Primero escuchamos y obedecemos a Dios, para poder verlo después

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El niño se regocija con una alegría que no se puede describir, porque reconoce a su padre por su voz, misma que conoce de antes… y ahora puede verlo. Lo mismo pasa con el hombre en el nivel de la purificacion del corazón.

Al nacer, se dice que el sentido más desarrollado del niño es el oído, su capacidad de escuchar. En lo espiritual, también esa capacidad de escuchar y obedecer es el primer sentido. El bebé, ya desde el vientre materno, es capaz de escuchar la voz de su padre. ¡Feliz del bebé que puede oír! ¡Pero también dichoso el padre que puede hacer que su hijo escuche cosas hermosas! ¿Por qué? Porque, al nacer, el niño puede ver por primera vez a su padre y alegrarse. Esto me lo han contado muchas personas que han vivido esos momentos. El niño se regocija con una alegría que no se puede describir, porque reconoce a su padre por su voz, misma que conoce de antes… y ahora puede verlo. Lo mismo pasa con el hombre en el nivel de la purificacion del corazón: naciendo, así sea entre dolores, pero desde las cosas del mundo, ve a su Dios, su Padre, y empieza a perfeccionarse ese nacimiento.

¿Y qué es lo que empieza ahora? La semejanza más perfecta con Cristo. Viendo al Padre y haciéndonos hijos de Dios, empezamos a vivir esa paz divina, del mismo modo en que el niño, al nacer y ver a su padre, experimenta algo que le da sosiego. También el hombre, al conocer a Dios, entiende su propósito y empieza a trabajar en él, para llevarlo a buen final. Y siente cómo el Reino es suyo por herencia, por filiación, y vive esa paz que tiene en su alma, irradiándola como una dulce fragancia a su alrededor.

(Traducido de: Ieromonahul Rafail Noica, Cultura Duhului, Editura Reîntregirea, Alba Iulia, 2002, pp. 86-87)