Palabras de espiritualidad

Prisioneros de nuestro propio “yo”

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

La experiencia nos demuestra que aquel que confía en lo que se le dice, siempre sale avante y se salva.

Hundidos en el amor propio

Cuando era estudiante, leí algo que me impresionó mucho: “Buscarás tu propio ser y lo encontrarás, pero tus problemas no se resolverán, sino que se complicarán aún más”. El hombre se ama a sí mismo, es un ególatra. Se hunde en su propio interior, tal como lo hacen los psicópatas. Por ejemplo, cuando alguien se deja atrapar por la melancolía, no hay nada que lo saque de ese mundo interior. Aunque es consciente de que si sale se podría librar de su situación, no sale. No sale, porque ama la melancolía... ¡ama sus propios sufrimientos! Estamos hablando de estados enfermizos que tienen una fuerza considerable.

Puede decirse que hay un gran amor entre el hombre y su “yo”. Adoramos nuestro “yo”, lo cuidamos, nos dedicamos a él. Esto se manifiesta también como intranquilidad, inseguridad, temor a sufrir algo malo, miedo al fracaso, pavor a que los demás se burlen de nosotros. Nada más importa, cuando estrechamos con fuerza nuestro miserable “yo”.

Hay casos en los que esto es visible también en lo exterior, lo cual nos podría servir para ver qué es lo que en realidad ocurre en nuestro interior.

Hace pocos días tuve un caso especial. Conocí a una persona muy peculiar. Tenía varios diplomas que constataban su alto nivel académico, además, una amplia experiencia de vida... pero se mantenía atado a su “yo”. Podría decirse que él y su “yo” eran inseparables. Lo aconsejé, traté de hacerlo entrar en razón, pero fue en vano. Debido a su propio estado, no sólo no entendía lo que yo le estaba diciendo, sino que también rechazaba que alguien le ofreciera ayuda, porque no quería salir de ese estado y volver a la normalidad. ¡Desde luego, como se habrán dado cuenta, en tales casos cualquier esfuerzo es inútil!

Con la obediencia le damos el “tiro de gracia” al amor propio

Si nos volvemos obedientes, le damos el “tiro de gracia” y el camino se vuelve a abrir. De lo contrario, las cosas se enredan cada vez más, tal como un mosquito atrapado en la tela de una araña: por más que luche por escapar, más se enmaraña. Y no sólo eso: todos conocemos la rapidez con la que la araña corre a donde está su presa, no sea que se le escape.

Si acudes con tu padre espiritual, di: “He venido a buscar a mi confesor. ¡Voy a confiar en él!”. Y, aunque te parezca difícil, aprende a decirle: “¡Padre, haré lo que me pida!”. Inténtalo al menos por un tiempo. Verás que él no te impondrá nada, y tampoco tú perderás nada. Pero... no te sientes capaz de hacerlo, y por eso es que sufres.

La experiencia nos demuestra que aquel que confía en lo que se le dice, siempre sale avante y se salva. ¿Por qué? Porque no camina a ciegas, sino guiado por alguien en quien confía, a quien respeta, y quien no le impone nada. Recuerda: el que obedece, se salva.

(Traducido de: Arhim. Simeon Kraiopoulos, Sufletul meu, temnița mea, Editura Bizantină, pp. 114-115)