A propósito de la humildad de la Madre de Dios
La humildad debe ser la característica de quienes practican distintas acciones virtuosas.
La humildad debe entenderse de dos maneras: la de la mujer pecadora, por ejemplo, y la de la Madre del Señor. No son la misma cosa. La mujer pecadora tenía mucho más la conciencia del pecado, la conciencia de ser pecadora; por eso, conociendo sus faltas, le pedía perdón a Dios. Ciertamente, esta es una forma de humildad, como la del publicano, quien decía, golpeándose el pecho: “¡Señor, apiádate de mí, que soy pecador!”. Reconocía sus pecados, y su humildad consistía en eso, en asumir sus faltas: era una humildad que brotaba del conocimiento del pecado. Como he dicho, esta es una forma de humildad. Sin embargo, la Madre del Señor tenía una humildad que no estaba basada en el conocimiento de los pecados, porque era el resultado de las virtudes.
San Isaac el Sirio habla de la humildad como resultado de las virtudes. Dice que la humildad es eso que tenemos cuando el alma ha pasado por todas las moradas de las virtudes y ha llegado al punto más alto. Semejante humildad fue la que tuvo la Madre del Señor, demostrándola al decir: “Porque ha puesto los ojos en la humildad de Su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lucas 1, 48). La humildad de la Madre del Señor es, por lo tanto, una consecuencia, un resultado de las virtudes. También nosotros debemos tener alguna de estas dos formas de humildad en nuestra vida: si sabemos que estamos llenos de pecados, debemos tener la humildad de la conciencia de nuestras faltas. Si de los pecados hemos llegado a la virtud, tengamos la humildad de la virtud. Semejante humildad en la virtud fue tanto la de la Madre del Señor como la de San Juan el Bautista, cuando decía sobre nuestro Señor Jesucristo y sobre sí mismo: “Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Juan 3, 30).
La humildad nos ayuda mucho, y por eso el progreso del alma, que parece una casa espiritual, tiene en su interior una suerte de vínculo entre todas las virtudes. La humildad debe ser la característica de quienes practican distintas acciones virtuosas.
(Traducido de: Arhim. Teofil Părăian, Prescuri pentru Cuminecături, Editura Lumea credinței, p. 100-101)