A propósito de la necesidad de confesarnos con la mayor frecuencia posible
Cuando acudimos a confesarnos con nuestro padre espiritual, este nos escucha frente al ícono de nuestro Señor Jesucristo. Luego, esforcémonos en no ocultarle nada, porque, si lo hacemos, ni siquiera los pecados que confesemos quedarán perdonados.
Confesémonos con mayor frecuencia, para estar más cerca de Dios. Si tenemos alguna pasión en nuestra alma y nos negamos a desprendernos de ella, creyendo que es algo bueno, ¡hay que echarla fuera!
Cuando acudimos a confesarnos con nuestro padre espiritual, este nos escucha frente al ícono de nuestro Señor Jesucristo. Luego, esfuérzate, hermano, en no ocultarle nada, porque, si lo haces, ni siquiera los pecados que confieses quedarán perdonados. Pero, si le abres tu corazón y le revelas todo lo que hay en tu alma, aquello que el demonio tenía registrado a tu nombre queda borrado en ese mismo instante y tu alma recobra su pureza. Cuando nos confesamos, es a Cristo a quien le revelamos nuestras faltas, y el sacerdote es como un testigo que da fe de que “en verdad, te confesaste”. “Sed santos, porque Yo soy santo”, dice nuestro Señor Mismo. Pero ¿cómo ser santos, si nos hallamos en un mundo lleno de tribulaciones y amarguras? Sin embargo, ¡qué grande es la bondad de Dios para con nosotros, aunque seamos pecadores! Él nos espera a todos con los brazos abiertos.
A nosotros nos asaltan una y otra vez los espíritus de la maldad, mismos que instalan en nuestra alma y en nuestra mente solamente cosas malas, y, debido a que somos débiles, muchas veces terminamos cediendo ante los malos pensamientos. ¡Pero tenemos que seguir con nuestra lucha, confiando siempre en la misericordia de Dios!
(Traducido de: Starețul Dionisie — Duhovnicul de la Sfântul Munte Athos, Editura Prodromos, 2009, pp. 30-31)