Palabras de espiritualidad

A propósito de la tendencia a juzgar a los sacerdotes

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

El sacerdote no obra por sus propias virtudes, sino por virtud de la Gracia recibida.

En 1954, fui invitado a Bucarest por un profesor universitario, el señor Alexandru Mironescu, para disertar ante unas 50 personas, incluyendo ministros, militares, profesores, doctores, ingenieros, farmacéuticos... gente “importante”, como podría decirse. También estaba allí el padre Daniel Tudor, quien organizó todo para que pudiéramos hablar el padre Benedicto Ghiuș, el padre Petroniu Tănase, y yo.

Después de entrar al salón, nuestro encuentro comenzó, como era correcto, con una oración general. Así, entrados ya en el tema, en un momento dado, una señora se levantó de su lugar y me dijo:

Venerable padre, ¡a mí me resulta imposible poner a todos los sacerdotes en la misma balanza!

—¿Pero quién eres tú para ponerte a sopesar a los sacerdotes? ¿Acaso te has sentado en el trono de Cristo?

Se lo explicaré... Sé que el padre R. fue un santo; el padre X., quien sufrió muchos años en prisión, también fue un santo... Pero, a los otros sacerdotes, esos que no usan “uniforme”, se afeitan y hasta fuman, ¡a ellos no los puedo poner en la misma balanza!

—¿Pero quién te dio permiso para poner sacerdotes en una balanza y pesarlos? No olvides que no tienes permitido “pesar” a nadie, como dice la Escritura: “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mateo 7, 1). Yo no tengo permitido juzgar a nadie, porque el único juez es Cristo.

Lo que quiero decir es que he perdido el fervor por muchos sacerdotes y no creo que todos tengan el mismo don.

—¡Mal hecho! Si todo fuera como tú dices, ya no quedarían sacerdotes en el mundo, porque todos yerran. Pero no es así. San Juan Cristóstomo dice: “Con sólo abrir la boca, la Gracia que hay en el sacerdote empieza a obrar”.

Si ves a un sacerdote ebrio, tendido en el suelo, acércatele y bésale la mano, ¡e inmediatamente te habrás llenado de la Gracia de Dios! Porque nunca se mezclan sus pecados con la Gracia de Dios, recibida con la ordenación, porque, de lo contrario, ya no habría Gracia. El sacerdote no obra por sus propias virtudes, sino por virtud de la Gracia recibida. Y, si no fuera digno de esa Gracia, en el Juicio Final será enviado a trabajos más duros que el resto de los cristianos, porque los que fueron más privilegiados tendrán cargas más pesadas; a quienes se les haya dado mucho, mucho se les pedirá, Y con más severidad será castigado el siervo que conocía la voluntad (de su Señor), que aquel que no la conocía (Lucas 12, 48).

Pero, todo esto es cosa de Cristo, no tuya. Nosotros honramos la Gracia de Dios, porque sabemos lo que el Señor le dijo a la gente. Él, como Dios, reprendía a los escribas y a los fariseos, pero el pueblo no le dejó que los amonestara. ¿Recuerdas lo que dijo? “Los maestros de la ley y los fariseos se sientan en la cátedra de Moisés. Haced y guardad lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque dicen y no hacen” (Mateo 23, 2-3).

El Evangelio te permite hacer lo que dice el sacerdote, cuanto te enseña bien, pero si ves en él algo que no está bien, no lo hagas. El Señor así lo dice. Porque él (el sacerdote) rendirá cuentas ante Dios por lo que no haya hecho, tal como yo tendré que dar cuentas si, habiendo sido exhortado al bien, no lo hice. Pero en ninguna parte Cristo nos da la potestad de juzgar a los sacerdotes, porque la Gracia de Dios no se aparta de ellos, a menos que, digamos, sean privados de su función. Y aún así, el don recibido no se aparta de ellos. Entonces son como soldados que tienen una espada, un fusil o una pistola, pero no tienen permiso para utilizarla, porque solamente se les priva de la administración de la Gracia, no de la Gracia misma. Y, el Día del Juicio, serán juzgados precisamente como sacerdotes.

Te pondré un ejemplo más: toma un recipiente de mármol y pon en él un puñado de monedas de oro y un puñado de ceniza. Después, toma un poco de agua y viértela sobre las monedas y la ceniza. ¿Que es lo que sucederá con la ceniza? ¿Acaso el agua se mezcla con el oro? ¿Acaso la ceniza se mezcla con el oro? No, imposible. El oro tiene su propia naturaleza, la ceniza también. Luego, tal como la ceniza no se mezcla con el oro, del mismo modo no se mezclan los pecados del sacerdote con la Gracia que ha recibido de Dios, por muy pecador que sea.

(Traducido de: Ne vorbește Părintele Cleopa 7, Ediția a III-a, Editura Mănăstirea Sihăstria, Vânători-Neamț, 2010, pp. 47-49)