¿Puede haber una alegría más grande?
Cuán grande tendría que ser nuestro regocijo en Dios, sabiendo que Él nos hizo dignos de nacer no en los tiempos del Antiguo Testamento, sino bajo el Nuevo Testamento, y porque nos permite no solamente escuchar del Señor, del Hijo de Dios, sino que incluso nos consiente comer de Su Cuerpo y beber de Su Sangre.
Vida, vida y nada más que vida. Alegría, alegría y nada más que alegría. Una vida plena y una alegría plena. Una vida vacía no tiene más que una alegría vacía. El rey David jamás vio a Cristo y tampoco comulgó alguna vez con la Santa Eucaristía, pero sintió, desde antes, de forma profética, Su venida al mundo. Y aun ese limitado presentimiento le llenó el corazón de una felicidad tan grande, que no pudo sino cantar y saltar de regocijo (II Reyes 6, 14-16). ¡Cuánto más no tendríamos que alegrarnos nosotros! Cuánto más no tendríamos que regocijarnos, sabiendo que Él nos hizo dignos de nacer no en los tiempos del Antiguo Testamento, sino bajo el Nuevo Testamento, y porque nos permite no solamente escuchar del Señor, del Hijo de Dios, sino que incluso nos consiente comer de Su Cuerpo y beber de Su Sangre, recibiéndolo en nuestro corazón y entregándoselo completamente a Él, con un amor grande y profundo, con júbilo, con un profundo júbilo.
(Traducido de: Sfântul Nicolae Velimirovici și Sfântul Iustin Popovici, Lupta pentru credință și alte scrieri, traducere de Stănciulescu Andreea, Editura Egumenița, Galați, 2010, p. 29)