¿Puedo reconocer al Espíritu Santo en mi interior?
La riqueza terrenal, al ser repartida, disminuye. La riqueza celestial del don se multiplica cuando la compartimos a alguien más.
Realmente quisiera, alegría mía, que conocieras este manantial de la Gracia y te preguntaras una y otra vez: “¿Es que el Espíritu Santo está conmigo?”. Si la respuesta es positiva, ¡gloria al Señor! No tienes que perder la serenidad: aunque el Juicio Final tuviera lugar mañana, debes sentirte preparado. Porque está escrito: “En el estado en que te encuentre, ahí te juzgaré”. Pero, si no tienes la certeza de estar con el Espíritu Santo, tienes que buscar la razón de por qué se ha apartado de ti y tratar de recuperarlo a toda costa, a Él y Su Gracia. Tienes que reconocer los enemigos que te impiden avanzar hacia Él, hasta vencerlos definitivamente. El profeta David dijo. “Perseguí y alcancé a mis enemigos, no me volví hasta que fueron aniquilados; los derroté y no pudieron rehacerse, quedaron abatidos bajo mis pies” (Salmos 17, 41-42).
Así debe ser. Participemos las virtudes. Repartamos los dones del Espíritu a quien nos los pida, guiándonos con este ejemplo: una candela encendida no pierde su luz, si la comparte con otra. Si esta es la propiedad del fuego terrenal, ¿qué podemos decir del fuego de la Gracia del Espíritu Santo? La riqueza terrenal, al ser repartida, disminuye. La riqueza celestial del don se multiplica cuando la compartimos a alguien más. Esto fue lo que nuestro Señor dijo, en su diálogo con la samaritana: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que Yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que Yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Juan 4,13-14).
(Traducido de: Sfântul Serafim de Sarov, Scopul vieții creștine, Editura Egumenița, pp. 30-32)