Palabras de espiritualidad

¿Qué clase de cristianos somos?

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Un verdadero cristiano no se perturba ante las tormentas de la vida. Con su devoción, él aparta de su interior todo miedo e incredulidad, dando un testimonio encendido de su fe en Dios

Un fundamento de la vida espiritual es el fervor en hacernos agradables a Dios. Este fervor es el centro de la vida espiritual, de hecho. Cuando éste falta, la vida espiritual no existe, dice San Teófano el Recluso. Para él, la primera preocupación del creyente que desee avanzar en la vida espiritual —o si no lleva semejante forma de vida, que empiece a vivir conforme a los mandamientos de Dios— es encender esta devoción en su corazón.

¿Pero qué clase de fervor por una vida agradable a Dios podemos tener en nuestras difíciles condiciones de vida?”, podría decir alguien. Hay muchos que justifican su débil fervor, argumentando las circunstancias en las que viven. ¿Pero esta es una justificación válida? ¿Es que la devoción depende de las condiciones externas? ¿Cómo podríamos explicarnos, entonces, que la devoción más grande, la de los Apóstoles, se demostró en las circunstancias más duras, en las tribulaciones, en la persecución y en los tormentos? (II Corintios 4, 8-9).

La devoción depende de la fe, la esperanza y el amor a Dios, y no de las circunstancias que rodean nuestra vida. Si tu fe es endeble, tu amor también es débil. Si te falta la esperanza, también tu fervor es frágil. Una devoción exigua es como una llama pequeña, que los potentes vientos de la vida pueden extinguir con facilidad. Pero la devoción fuerte es como un fuego poderoso, que los vientos no sólo no logran extinguir, sino que lo avivan aún más.

Un verdadero cristiano no se perturba ante las tormentas de la vida. Con su devoción, él aparta de su interior todo miedo e incredulidad, dando un testimonio encendido de su fe en Dios, al recordar que: “los cobardes, los incrédulos, los depravados, los homicidas (...) tendrán su herencia en el estanque ardiente de fuego y de azufre” (Apocalipsis 21, 8) El verdadero cristiano es valiente. Él sabe que Dios, con Su auxilio y Su protección, es Todopoderoso; por eso es que clama, junto al profeta David: “No temo a los hombres sin cuento que por doquier se apostan contra mí” (Salmos 3, 6) “En Dios confío y ya no tengo miedo; ¿qué podrá hacerme un hombre?” (Salmos 55, 12)

Al verdadero cristiano lo único que le asusta es que la muerte le encuentre vacío espiritualmente. Él no vive para este mundo y sus deleites de pecado, sino para el Cielo y sus gozos espirituales eternos.

Todos los santos, los mártires y los justos se distinguieron por su vida de devoción, enteramente agradable a Dios. Gracias a ese fervor, fueron capaces de ejecutar los más extraordinarios esfuerzos, mismos que aún hoy provocan asombro. Por devoción a Dios, el padre Juan de Kronstadt dormía casi siempre solamente tres o cuatro horas, llevaba una vida espiritual muy elevada y estaba siempre listo, lleno de sacrificio, a dar sus últimas fuerzas al servicio de los hermanos menores de Cristo.

(Traducido de. Arhimandritul Serafim Alexiev, Viața duhovnicească a creștinului ortodox, Editura Predania, 2006, p. 29)