¿Qué clase de honores buscamos?
¿Por qué buscamos la preeminencia y el encomio de los demás, viendo que aquellos que fueron pequeños y difamados, hoy son enaltecidos y glorificados?
Debes conocer, y también entender, que a los verdaderos piadosos y virtuosos, mientras más se apartan del mundo, más los enaltece el Señor. Y cuando se hallan en algún lugar apartado y desconocido, rechazando toda la honra humana, pero trabajando por el bien de sus almas, Dios envía mensajeros que dan a conocer al mundo su alta virtud. Si hubiera decidido quedarse a servirle al mundo, Santa María Egipcíaca, en toda su vida, como en sus años de juventud, habría sido olvidada por todos y para siempre. Pero, habiéndose apartado del mundo y habiéndolo repudiado, vivió durante cuarenta y siete años en el desierto, alimentándose únicamente con hierbas y agua, razón por la cual el Señor la mostró al mundo en toda su gloria, y todavía hoy la veneramos, porque, huyendo de la honra de sus semejantes, la obtuvo en una medida mayor que si la hubiera buscado para sí.
¡Qué torpes somos! ¡Cómo nos extraviamos, por insensatos! ¡Deseando el honor y la honra terrenales, nosotros mismos nos perjudicamos! Todas esas cosas que consideramos buenas solamente nos llevan a la perdición, y, creyendo que obtenemos algo, en verdad perdemos mucho. ¿Por qué buscamos la preeminencia y el encomio de los demás, viendo que aquellos que fueron pequeños y difamados, hoy son enaltecidos y glorificados? Mientras más buscamos permanecer en la memoria de los demás, más nos olvidan. Nadie es tan honrado ni tan exaltado, como aquel que huye de la gloria y desprecia el renombre. No hay nadie más rico que aquel que, en medio de la pobreza, le agradece sinceramente a su Señor. No hay nadie que se enaltezca más que aquel que se humilla y se difama por Dios.
(Traducido de: Agapie Criteanu, Mântuirea păcătoșilor, p. 222)