¡Que el amor sea la luz de todos nuestros actos!
Cuando hagas algo, observa bien con qué propósito lo estás haciendo y si se trata de algo verdaderamente útil. Pero si es para que los demás te elogien… ¡no tiene ningún valor!
Un día, su discípulo le preguntó:
—Padre Paisos, ¿cuáles son los deberes del monje?
Y el anciano le respondió:
—El monje tiene la obligación de respetar la promesa que hizo frente a Cristo y frente al Santo Altar. Es decir, practicar una obediencia incondicional, la pobreza voluntaria y la castidad. Además, el monje tiene que ser humilde, orar sin cesar por sí mismo y por todo el mundo, y cultivar un amor santo, del cual depende toda buena acción y que es paciente con todo.
Muchas veces les decía a los demás monjes:
—¡Hagan lo que hagan, háganlo con amor, y así serán recompensados, porque el amor es la corona de todas las virtudes!!
Otras veces, decía:
—Cuando hagas algo, observa bien con qué propósito lo estás haciendo y si se trata de algo verdaderamente útil. Pero si es para que los demás te elogien… ¡no tiene ningún valor!
Cuando estaba enfermo y ya no podía ver, lloraba en silencio y susurraba: “¡Haz conmigo lo que quieras, Señor, pero no me arrojes al infierno, porque soy un gran pecador y me da miedo caer al abismo con los demás pecadores!”.
(Traducido de: Arhimandritul Ioanichie Bălan, Părintele Paisie Duhovnicul, Editura Trinitas, 1993, pp. 106-107)