¡Que el hombre sea como una olla de barro!
Por eso es que todos vienen a buscarlo y se gozan de su presencia. ¡Qué don tan grande el de la humildad, tanto en los monjes como en los laicos!
Al terminar, el anciano (Paisos Olaru) agregó estas palabras:
—Lo mejor es que el hombre sea como una olla de barro, que es buena para todo y todos la utilizan día tras día, poniendo en ella alimentos o agua, o cualquier otra cosa. ¿Qué ocurre si tenemos una vasija de oro? La dejamos todo el tiempo en su anaquel, o bajo llave en un mueble, porque sabemos que alguien nos la podría robar. Por la misma razón, la utilizamos sólo en grandes ocasiones, o una vez al año. Por su parte, la olla de barro es nuestro principal utensilio en las necesidades cotidianas: todos la buscan y todos la usan. Lo mismo ocurre con el hombre humilde, al que no le interesan los honores ni los puestos de mando. Prefiere pasar desapercibido entre los más modestos, pero a todos les es de provecho, aconsejándolos, ayudándolos, dándoles paz... Por eso es que todos vienen a buscarlo y se gozan de su presencia. ¡Qué don tan grande el de la humildad, tanto en los monjes como en los laicos!
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc I, ediția a VI-a, revăzută și îngrijită de Arhim. Petru Bălan, Editura Mănăstirea Sihăstria, 2011, p. 730)