Palabras de espiritualidad

¡Qué grandeza la de la vida monástica!

    • Foto: Silviu Cluci

      Foto: Silviu Cluci

Translation and adaptation:

Testigo de todo esto, entendí la grandeza del monacato y lo aterrador de las huestes demoníacas. Así, con la ayuda de Dios, con el tiempo pude salir de la idolatría y después me hice monje”.

Decía un stárets, tebano de nacimiento: «Mi padre era un clérigo pagano. Una vez, siendo yo niño, lo vi dirigirse —como era su costumbre— al templo (idólatra), para presentar su ofrenda. Lo seguí y, al entrar al templo, vi al mismísimo demonio sentado en el centro, mientras toda la congregación le rodeaba. En un momento dado, uno de sus barones se le acercó y se arrojó de rodillas ante él, en señal de adoración. El maligno le dijo. “¿De dónde vienes?”. El otro le respondió: “Estuve un tiempo en la ciudad, en donde provoqué mucha turbación e hice derramar mucha sangre. Así, he venido a rendirte cuentas”. El demonio respondió: “¿En cuánto tiempo conseguiste todo eso?”. “Me tomó un mes entero”. Al oir esto, el maligno ordenó que le azotaran, diciéndole: “¿Tanto tiempo para hacer tan poco?”. Luego pasó otro, quien dijo: “Yo me fui al mar. Ahí desaté terribles tormentas e hice que muchas embarcaciones se hundieran, muriendo todos sus tripulantes. Una vez terminada mi tarea, he venido corriendo a darte cuentas de ello”. También a este le preguntó el maligno cuánto tiempo le había llevado cumplir con su cometido, y el individuo le respondió que unos veinte días. Enfurecido, el demonio lo envió también a que lo azotaran, porque le parecía muy poco lo hecho.

Después vino otro, quien relató cómo, con ocasión de una boda, había provocado una disputa entre los presentes, llevándolos a matarse entre sí, muriendo incluso los recién desposados. Al terminar, agregó que todo eso lo había conseguido en cosa de diez días. También este fue enviado a los tormentos. Entonces fue el turno de uno de los que estaba en el centro, a quien el maligno le preguntó: “¿De dónde vienes?”. Este respondió: “Durante cuarenta largos años estuve luchando contra un monje... ¡Y, finalmente, anoche conseguí que cometiera un acto de desenfreno!”. Al escuchar esto, el demonio se incorporó, lo besó y, quitándose la corona que tenía sobre su monstruosa cabeza, se la puso al otro. Después hizo que le trajeran una poltrona, la cual colocó a su lado, mientras le decía: “¡Qué cosa tan grande has conseguido!”.

Testigo de todo esto, entendí la grandeza del monacato y lo aterrador de las huestes demoníacas. Así, con la ayuda de Dios, con el tiempo pude salir de la idolatría y después me hice monje».

(Traducido de: Everghetinosul, volumele 1-2, traducere de Ștefan Voronca, Editura Egumenița, Galați, 2009, pp. 170-171)