Cuando termines de hacer tu regla de oraciones, no pases inmediatamente a ocuparte de otras cosas. Quédate meditando, por un momento, sobre lo que acabas de hacer y a lo que esto te obliga, conservando, especialmente, lo que más te haya impresionado en tu oración. Si oras como es debido, no te interesará comenzar en seguida cualquier otra actividad. Ciertamente, quien gusta de lo dulce, no desea ya probar lo amargo. Y la degustación de esa dulzura es el mismo propósito de tu canon de oraciones, para educar en ti el espíritu de la oración.

Cumpliendo con estas pequeñas normas, pronto conocerás los frutos del esfuerzo de la oración. Cualquier regla de oraciones deja una estela en el alma, enraizando su práctica constante, en tanto que la paciencia en tal esfuerzo ayuda a enraizar el espíritu de la oración.

He aquí, pues, el principal medio para educar el espíritu de la oración en nosotros: el cumplimiento de nuestra regla de oración, que corresponde con nuestro mismo propósito de vida, aunque no lo sea todo. Es, asimismo, nada más que el inicio en la ciencia de la oración. Y hay que seguir avanzando en ella.

(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Rugăciunea, Editura Egumenița, 2008, p. 84)